Espiritus Universales
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Una introducción simple y profunda a la autoindagación por Sri Mooji
viernes, 25 de junio de 2021
Las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM)
El tránsito y las ECM
(El texto que sigue, en audio: https://www.youtube.com/watch?v=R9Z_DiA0ZuQ)
Como se desarrolló en la anterior entrada del
blog (La muerte no existe: morirse a gusto), la muerte no es el final de nada,
sino un tránsito, un estado intermedio entre un ciclo vital que finaliza y otro
que se inicia. Y la dimensión espiritual que abandona el cuerpo físico durante
el mismo, no es un fantasma: es nuestro auténtico ser. Y en la medida en la que
el tránsito se produce, cualquier sensación física va desapareciendo, pues ya
no hay una corporeidad que la genere: dejan de existir barreras materiales y
todo fluye en la Luz que Somos y Es. Las percepciones conscienciales pasan,
así, a desenvolverse en la esfera cuántica: se transforman en muy sutiles; se
expansionan espectacularmente y son radicalmente distintas a las que teníamos
cuando nuestra dimensión espiritual aún moraba en el cuerpo.
En este marco, el tránsito sigue unas pautas y
cuenta con un recorrido que la Humanidad ha procurado verter desde tiempos
pretéritos en diversas tradiciones orales y en diferentes textos, como el
“Bardo Thodol” o “Gran Libro de la Liberación Natural mediante la comprensión
en el Estado Intermedio” (mal titulado a menudo como “Libro Tibetano de los
Muertos”), que constituye una completa guía de instrucciones, redactada en
torno al siglo VIII, para afrontar el tránsito, para el que estima una duración
de 49 días. Específicamente, la obra divide el tránsito (Estado Intermedio o
Bardo) en tres fases, de las que se ocupa en cada una de la triada de partes en
las que se estructuran sus páginas: primera, el mismo momento del óbito o
Estado Transitorio del Momento de la Muerte: segunda, lo que se experimenta
después de fallecer o Estado Transitorio de la Realidad; y tercera, el Estado
Transitorio del Renacimiento, esto es, todo lo relativo a lo que antecede al
nuevo nacimiento físico o reencarnación, incluyendo el nuevo arranque de los
instintos físicos.
Contemporáneamente, han sido muchos los
investigadores que se han ocupado del tránsito a través, principalmente, del
estudio de las experiencias cercanas a la muerte (ECM) vivenciadas por
numerosas personas. Como botón de muestra, se traen aquí tres de ellos:
+El estadounidense Raymond
Moody, médico psiquiatra y uno de los pioneros en el tema con su libro,
publicado en 1975, “Vida después de la vida”, (Editorial EDAF; Madrid, 2009),
donde recoge relatos de personas que habían superado la muerte clínica y se
constata la existencia y coincidencia entre ellas de experiencias
extracorporales. Su estudio empírico sobre cientos de ECM demuestra que éstas
siguen un patrón común: abandono del cuerpo, que se ve desde arriba;
desplazamiento por una especie de pasillo hasta llegar a una luz brillante, en
la que se siente compasión y amor absolutos; presencia de amigos y familiares
que han muerto; recuerdo panorámico en el que se contempla toda la vida pasada;
y todo esto sucediendo al mismo tiempo y de forma instantánea. Y la mayoría de
las personas que han vivido las experiencias cercanas a la muerte lo rememoran
como algo grato y satisfactorio: según una encuesta Gallup de 1982 sobre las
ECM, de entre los ocho millones de norteamericanos que declaraban haberlas
tenido, sólo para el 3% fue algo desagradable o experienciado como negativo.
+El prestigioso doctor
sevillano Enrique Vila, Jefe de Medicina Preventiva en el Hospital
Universitario Virgen Macarena de la capital hispalense, que en compañía de su
esposa, Ángeles Garfia, desarrolló durante 30 años, hasta su fallecimiento en
2007, un intenso trabajo de indagación científica sobre las experiencias
cercanas a la muerte, entrevistando por toda la geografía española a cientos de
personas que las habían tenido y comprobando las grandes similitudes de lo
sentido y percibido por ellas. Su libro póstumo “Yo ví la luz” (Ediciones
Absalon; Cádiz, 2010) recopila los resultados de una parte de tales
entrevistas.
+ Y el Dr. Pim van Lommel,
reputado cardiólogo holandés, que trabajó durante más de 25 años en un hospital
docente con ochocientas camas. Al hablar con cientos de sus pacientes que habían
sufrido un paro cardíaco, quedó atónito al descubrir que, lejos de haber
perdido la conciencia durante el período en el que habían estado clínicamente
muertos, recordaban haber vivido una experiencia extraordinaria: algo que a Van
Lommel, como científico, le era difícil de aceptar. Ante ello, decidió estudiar
el fenómeno sistemáticamente durante dos décadas en su clínica con un equipo
especializado. Y, en 2001, publicó una síntesis de su investigación en la
acreditada revista médica “The Lancet”, causando un revuelo internacional. Así
se gestó su libro “Conciencia más allá de la vida” (Editorial Atalanta; Girona,
2012), que ofrece abundantes pruebas científicas de que las experiencias
cercanas a la muerte son un fenómeno que no puede atribuirse a la imaginación,
a la psicosis, o a la falta de oxígeno. Pim van Lommel introduce estas
experiencias en un amplio contexto cultural que va desde las diferentes
visiones religiosas, hasta los nuevos presupuestos de la física cuántica, en
donde estos fenómenos tienen un lugar coherente dentro de sus modelos teóricos.
Los resultados de su investigación llevaron a un medio de comunicación tan
solvente como “The Washington Post” a señalar que “las pruebas sostienen la
validez de las experiencias cercanas a la muerte y sugieren que los científicos
deben reconsiderar las teorías existentes sobre uno de los más profundos
misterios biológicos: la naturaleza de la consciencia humana”.
Mi propia experiencia cercana
a la muerte
Lo recogido en estos textos coincide y encaja
con mi propia experiencia cercana a la muerte en la UCI de una clínica
sevillana, en la tarde del lunes 29 de noviembre de 2010. Me llevó a ella una
cadena de “causalidades” que reconozco sin tapujos, por el auténtico
renacimiento que provocó en mi vida, como una “Bendición” y todo un regalo de
la Providencia: una caída bajando un monte, en la madrugada del domingo 7 de
noviembre, que origina una fractura de peroné; la fractura genera, el viernes
26 de noviembre, una trombosis, y ésta, un infarto pulmonar; un erróneo
diagnóstico inicial del infarto como simple neumonía; y el ingreso en la UCI en
situación límite -con otros múltiples trombos en la vena femoral y cuantiosa
pérdida de sangre expulsada por la boca-, el indicado lunes 29. La ECM que
entonces experimenté y sentí de manera clara y diáfana duró casi dos horas de
nuestro tiempo, aunque se desarrolló en el contexto cuántico en el que -como se
resaltó párrafos atrás- el tránsito se produce. Siendo por ello complicado
enunciarlo en palabras, lo entonces vivenciado puede ser sintetizado así de
forma general:
1º El ser que somos -esto es:
la dimensión espiritual encarnada en el cuerpo físico-, lo abandona (“sale” del
cuerpo, expresado coloquialmente) antes de que el fallecimiento de éste y la
conclusión de sus funciones fisiológicas hayan llegado a producirse. No vivimos
ni la expiración final ni el estertor previo. Antes de que acontezcan, dejamos
lo que fue nuestra corporeidad en el ciclo vital y la vida física que está
concluyendo.
Esto explica, precisamente,
las experiencias cercanas a la muerte: son procesos de tránsito que se viven en
su fase inicial, pero no llegan a completarse debido a que, por las razones que
sea (se abordan en el apartado 10º), la dimensión espiritual retorna al cuerpo
físico que aún no había fallecido. Si el tránsito empezara una vez que la
muerte física hubiese acaecido, tal regreso a la corporeidad no sería factible.
2º En mi experiencia, mi
cuerpo se hallaba tendido en la cama boca arriba. Lo más frecuente es esto: que
el cuerpo del moribundo se encuentre en esta posición de decúbito supino
(tumbado sobre la espalda), aunque también en decúbito lateral (echado de
costado), decúbito prono (yaciendo sobre el pecho y el vientre), o recostado
sobre algún tipo de asiento (un sillón, el interior de un vehículo…). En
cualquier caso, en el instante en el que empezamos a “salir” del que fuera
nuestro cuerpo, sentimos cómo nos elevamos sobre él, quedando el cuerpo abajo y
nosotros arriba.
Es el inicio del tránsito; y
nuestro ser, “sentado” o “flotando” sobre el que fuera nuestro cuerpo, adopta
el papel, no de sujeto activo de lo que está sucediendo, sino de observador de
la situación y de todo lo que en ella ocurre (familiares que están junto al
moribundo, personal sanitario que lo atiende, otra gente que se halle
alrededor, conversaciones, llantos…).
3º De inmediato se produce un
hecho espectacularmente maravilloso: “vemos” en toda su integridad y con todo
lujo de detalles, la vida física que estamos abandonando; es decir: cada
uno de los hechos y circunstancias vividos y acontecidos durante ella, todos
sin excepción y ordenada y pormenorizadamente, no de manera deslavazada,
parcial o resumida. Y esto se “visualiza”, no a través de la mente, ni como una
película o sucesión paulatina de fotogramas o escenas que se proyectaran ante
nosotros: la vida que hemos experienciado, por prolongada o intensa que haya
sido, se contempla íntegramente y de modo instantáneo, todo a la vez y en un
momento, como si nos tragáramos una pastilla o un chip que nos permitiera ver
de golpe, ipso facto, en una especie de colosal flash, todo lo
vivenciado a lo largo de la misma.
Se percibe así, de manera
directa y sin necesidad de elucubraciones intelectuales, que el tiempo no
existe y que la Creación –y nosotros en ella- fluye y se despliega en la
instantaneidad, sin pasado ni futuro, todo en un Aquí y Ahora que es la
Eternidad en sí: el momento presente continuo en el que lo eterno se
desenvuelve.
4º La visión íntegra e
instantánea de la vida que ha terminado, proporciona otra sensacional sorpresa:
verificar -sin lugar a dudas ni incertidumbres- que todo hecho en el mundo
exterior (en nuestra vida, en la de los demás, en el planeta, en el Cosmos…)
tiene su causa y origen en el interior (en el caso de la vida de cada uno, en
el interior de cada cual). Y, ligado a ello, comprobar cómo, en la vida que
dejamos absolutamente todo (cada evento, situación o experiencia, por
insignificante o importante que para nosotros haya sido) enlaza con el
propósito -el “propósito de vida”- para el que nos encarnamos en la persona que
fuimos y, en ese contexto, ha tenido su porqué y su para qué: por tanto, todo
encaja de manera armónica y no hay ninguna pieza suelta o fuera de lugar en el
puzle (en ese rompecabezas que la vida nos parece tantas veces, mientras
estamos inmersos en ella).
Esto permite percatarse de la
ficción mental que representa calificar, clasificar y enjuiciar los hechos que
vivimos bajo el prisma de la dualidad: buenos o malos, placenteros o dolorosos,
gratos o ingratos, blancos o negros… Lo cierto es que en la vida no sobra nada:
tampoco esas circunstancias que mentalmente quisiéramos borrar del mapa y de
nuestra memoria y nunca haber vivido. En ese sublime momento del tránsito se
“ve” con meridiana claridad que todo es perfecto y tiene su sitio en el bagaje
de Consciencia y Experiencia que es lo único, ni más ni menos, que nos llevamos
con nosotros a la “otra vida”.
5ª Y las bellas sorpresas no
terminan aquí, pues a todo lo anterior se suma de inmediato la constatación de
que el tránsito no lo acometemos solos, sino estupendamente acompañados. ¿Por
quién?. Al principio son luces blancas y brillantes que nos rodean, aunque
pronto toman un aspecto reconocible: el de seres queridos fallecidos antes que
nosotros (pueden ser nuestros abuelos, padres, hermanos, hijos, pareja, amigos
íntimos…) y el de aquellas “entidades” (santos y santas, ángeles y arcángeles,
guías y “maestros” espirituales… cada cual en función de sus “creencias” ) por
las que durante la vida habíamos sentido algún tipo de vinculación espiritual
(devoción, sentimiento de compañía, percepción de apoyo en tesituras difíciles
de la vida, comunicación de mensajes y canalizaciones…).
Todos estos “acompañantes” en
el tránsito se muestran amorosos y extremadamente alegres. Entre ellos, los
seres queridos ya fallecidos son los que toman la iniciativa de la comunicación
con nosotros. Obviamente, no hablan, pues carecen de corporeidad, pero se
recibe nítidamente lo que nos transmiten: mucha felicidad por el reencuentro y
una gran paz, sosiego y confianza para continuar avanzando en el tránsito.
6ª. Al menos en mi caso -que
durante la vida física había tenido oportunidad de sentir nuestra naturaleza
multidimensional y contactar con mi Yo Superior en otras Dimensiones-, a los
familiares fallecidos y a las mencionadas “entidades”, se agregaron formas de
luz que fueron tomando el aspecto de “mí mismo” en otros planos de consciencia:
“mí Yo” de Cuarta Dimensión, de Quinta, de Sexta… (a veces se trata de los
guías y maestros antes citados, que en ocasiones no son sino nuestro Yo
Superior experienciando en otros planos más sutiles de existencia y que, desde
ellos, mantienen la conexión con su proyección en Tercera Dimensión; es decir:
con lo que nosotros hemos sido durante la encarnación que acaba de concluir).
7º Cuando nos encontramos tan
excelente y portentosamente acompañados, en nuestro entorno se abre un soberbio
túnel de luz resplandeciente. Yo lo vi emerger delante de mí y en posición
horizontal, sin pendiente alguna, aunque otras personas que han tenido
experiencias cercanas a la muerte lo recuerdan inclinado verticalmente y orientado
hacia arriba o hacia abajo. En cuanto al color de la luz, la visualicé
refulgente y casi deslumbrante, pero incolora, si bien hay quien la ha visto
blanca, amarilla, azul o verde esmeralda. En cualquier caso, su brillo es tan
cálido como acogedor, y nos invita introducirnos en el túnel sintiendo y
sabiendo que es la puerta hacia el “más allá”, hacia la otra vida.
8º Pude ver, igualmente, que
la forma de túnel que esa luminosidad tan radiante adopta no es fruto de la
casualidad, sino que se debe a que la luz llega hasta nosotros desde el otro
plano abriéndose paso a través de una capa nublosa, sombría y viscosa. Supe de
inmediato -sin necesidad de preguntar-, que su origen radica en las
proyecciones energéticas y conscienciales de las experiencias de desamor y
desarmonía que entre todos desarrollamos en Tercera Dimensión y que rodean este
plano como si fuera una nube de contaminación o una franja de “chapapote”.
También pude sentir que hay
dimensiones espirituales que en el tránsito -debido al desconcierto generado
por la inconsciencia acerca de lo que están experimentando (a menudo, porque
nunca en su vida se han planteado que fueran a morir algún día ni nada con
sentido de trascendencia) y a su querencia consciencial hacia el mundo
material que están abandonando- tienden a no pasar el túnel de luz, y optan, en
libre albedrío, por permanecer dentro de esa capa oscura, empeñándose en
reproducir -aunque ya carezcan de corporeidad- los hábitos y conductas de
cuando estaban físicamente vivos. Muchos casos de “presencias”, espectros y
asimilados que estudia la parapsicología, obedecen a este hecho. En algunos
casos, se trata de un estado transitorio y, pasado un “tiempo”, las dimensiones
espirituales entran por el túnel de luz (la labor de convencimiento de las
dimensiones espirituales de los seres queridos fallecidos suele ser crucial al
respecto). En otros, en cambio, permanecen en esta capa indefinidamente, hasta
el momento de su nueva encarnación en el plano humano, al que vuelven sin
completar el tránsito: sin haber gozado de la Luz del más allá y de la
perspectiva de las cosas y de la vida que en ella se recuerda y disfruta.
Esto suele provocar que, en la
nueva vida, su personalidad, actos y experiencias se hallen aún más ajenos a
cualquier percepción de trascendencia y firmemente apegados a lo egóico y
material, en sus diferentes manifestaciones, confundiendo la felicidad con la
mera cobertura de sus deseos físicos y anhelos emocionales. Es a ellos a los
que Jesús de Nazaret se refiere cuando lanza aquella frase tan aparentemente
críptica: “deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lucas, 9,60).
Esos “muertos que entierran a sus muertos” no son los de los cementerios, que,
estando muertos físicamente, han realizado el tránsito a la otra vida, sino las
dimensiones espirituales que, sin haber pasado al otro plano ni haber gozado de
él, vuelven a encarnar en cuerpos humanos, desplegando, como se acaba de
reseñar, una vida física carente de Vida y volcada en el egocentrismo y el
materialismo.
9º Ya al final del túnel, tras
haberlo recorrido, o inmediatamente antes de salir de él (éste fue mi caso), se
vive algo imposible de plasmar en palabras y que solo puedo compartir como
experiencia excelsa y gloriosa de Amor Puro: el contacto vivo y directo con la
energía o esencia crística o búdica. Su presencia fue presentida tanto por mí
como por todos los seres de luz que me acompañaban en el tránsito,
transformándonos en más refulgentes y radiantes poco antes de su “llegada”.
Cuando inunda cuanto nos rodea,
la inercia derivada de la corporeidad física que acabamos de dejar, hace que
busquemos en nuestro interior consciencial una imagen que, de algún modo,
refleje esa hermosa y tremenda fuerza de Amor que estamos sintiendo de manera
eminente y grandiosa. Y en este punto, cada cual la percibe en función de la
tradición espiritual o religiosa que haya hecho suya durante la vida que acaba
de concluir.
En mi experiencia, la
visualicé en la forma de Cristo Jesús: un Jesús de Nazaret de cuerpo luminoso,
blanco centelleante; melena castaña y corta, con los pelos ligeramente caídos
sobre los hombros; y rostro maduro, aunque juvenil, tan lleno de Amor como de
autoridad (no basada en ningún tipo de dominio, control o poder, sino en la
potencia natural de su evidente e inconmensurable divinidad). Me tendió sus
manos de luz y las entrelazó con las mías, generando en mi ser una experiencia
de gozo inenarrable.
10º La mayoría de las personas
que han tenido experiencias cercanas a la muerte y han vivenciado lo sintetizado
en los puntos precedentes, no quieren volver al cuerpo físico y a la vida que
habían dejado. ¿Por qué, entonces, algunos sí regresamos?
Los motivos pueden ser muy
diversos: desde los que retornan sin saber exactamente la razón, a los que, al
contemplar íntegramente su vida, consideran que tienen experiencias pendientes
relacionadas con el “propósito de vida” con el que encarnaron en esa existencia
física y que aún pueden acometer (entre esas experiencias pendientes es
frecuente que se encuentre la atención y el cuidado de hijos pequeños, pues son
los hijos, al encarnar, los que eligen a sus padres, no al revés, por lo que
éstos tienen un determinado compromiso álmico con aquellos).
Eso sí: en ese instante del
tránsito, muchos sentimos la realidad inefable de que cada uno muere (transita)
cuando íntimamente, desde su ser interior, toma esa decisión: morimos cuando
queremos, ni antes ni después; no hay casualidades ni accidentes, por más que
el fallecimiento pueda acontecer de forma aparentemente fortuita o inesperada.
Y esta decisión se halla ligada al reiterado “propósito de vida” y se adopta
una vez que ha sido cubierto o, llegado el caso, cuando se asume que ya, dado
lo mucho que se ha apartado de él, resulta imposible su cumplimiento.
¿Por qué volví yo a mi cuerpo
físico?. Fue consecuencia del encuentro, antes narrado, con Cristo Jesús y de
la comunicación que ahí se estableció, durante la que me confirmó que estaba
cumplido mi “propósito de encarnación” (es decir, no sólo el “propósito de
vida” en la que acababa de dejar, sino el propósito de toda mi encarnación, a
lo largo de una prolongada cadena de vidas, en el plano humano), a la par que
me trasladaba su deseo de que, no obstante lo anterior y salvo que ello me
desarmonizara interiormente, volviera a la vida física recién dejada, para
hacer “algo” que sólo sabría una vez trascurrido cierto tiempo tras retornar a
ella.
11. Y una vez incorporados de
nuevo al cuerpo y a la vida que habían abandonado, no todos aquellos -entre los
que en el tránsito sintieron un motivo preciso para volver- lo recuerdan. En
ocasiones, esa remembranza, o el conocimiento de la razón que en el tránsito no
supieron, se produce años después de haber retornado a la vida física.
En mi caso, el “algo”
anunciado por Cristo Jesús durante el tránsito, lo conocí al año exacto
de haber retornado a mi actual vida física; esto es: en diciembre de 2011. ¿De
qué se trata? No comparto lo que aquí relato, para contar mi vida, sino para
exponer vivencias que coinciden y reafirman las experiencias cercanas a la
muerte de numerosas personas. Por ello, baste con indicar que tiene ver con el
nuevo ciclo que se abrió a partir del famoso solsticio de invierno de 2012 y
con el momento de Evolución y Dicha que la Humanidad, la Madre Tierra, el
sistema solar y la Vía Láctea disfrutan en el Aquí y Ahora. Un contexto en el
que debo hacer dos cosas: poner mi modesto grano de arena al objeto de
trasmitir seguridad a la gente, eliminando miedos y autolimitaciones mentales
ante las maravillosas y desconcertantes vivencias que en nuestro interior –y,
como consecuencia de ello, también el mundo exterior- estamos percibiendo,
sintiendo y viviendo; y, por otro, darme la Gozada de disfrutar de la Vida
sabiendo de manera plena que todo encaja, que tiene su porqué y su para qué en
clave de nuestro desarrollo consciencial y evolutivo, que todo fluye, refluye y
confluye en el Amor de cuanto Es y Acontece y que ya todo es y nosotros mismos
somos todo aquello que nuestro Corazón puede anhelar, por lo que no hay nada
que conseguir, alcanzar, por lo que luchar, por lo que esforzarse. La Vida es
el Milagro y basta con fluir en ella con completa Confianza
12º. De lo sintetizado en los
apartados anteriores, queda abierta la cuestión relativa a qué hay más allá del
túnel de luz, pues en las experiencias cercanas a la muerte no llega a
recorrerse o, nada más hacerlo, la experiencia concluye y acontece el retorno a
la corporeidad. A pesar de esto, mi vivencia coincide con la de otras personas
que han tenido ECM en cuanto a que lo que hay tras el túnel se percibe casi
desde el comienzo del tránsito, cuando se empieza a “salir” del cuerpo físico,
y, muy especialmente, en el instante en el que se contempla por primera vez el
reiterado túnel de luz. ¿Qué es lo que percibe de ese más allá? Pues,
sencillamente, que se trata de un plano de existencia “Real” –en
contraposición, se siente que el que se está dejando, la vida física y
material, es una especie de sueño, mera ilusión o ficción- y que se halla
presidido por:
+la Unicidad, sin lugar para
ningún tipo de identidad, sea física o espiritual, ni de separación o
fragmentación;
+la Instantaneidad, sin
tiempo, ni pasado ni futuro: sólo un momento presente eterno en el que
todo sucede a la vez, similar a lo que se expuso en el apartado 3º a propósito
del flash en el que visualizan íntegramente los hechos y circunstancias
acaecidos durante la vida que se está abandonando-;
+una colosal Quietud plena de
Paz, Silencio (en cuanto a ausencia de “diálogo”, de preguntas o respuestas) y
Amor; y
+la Presencia del Vacío, del
No-Ser del que emana el Ser, de la Nada cuya Manifestación es el Todo.
Y es importante señalar que la
percepción de un plano de existencia tan radicalmente distinto al que hemos
experimentado durante la vida física, no genera ninguna clase de extrañeza o
desconcierto. Al contrario: se siente como el retorno al Hogar, a nuestro
hábitat natural, por más que la noción de “nuestro”, ligado a una identidad, ya
no tenga sitio ni sentido.
Entrevista a Emilio Carrillo para la revista "Tu Mismo" (diciembre 2015)
Entrevista a Emilio Carrillo para la revista "Tu Mismo" (diciembre 2015)
Se ofrece seguidamente el texto completo de la
entrevista a Emilio
Carrillo, titulada La muerte no existe, publicada en el número de diciembre de 2016 de la revista Tú Mismo:
http://tu-mismo.es/entrevistas/la-muerte-no-existe
-A la muerte se la niega, estigmatiza, es un tema tabú para la
sociedad occidental. Y tú, Emilio, te animas a hablar de ella abiertamente.
-En la sociedad actual hay un intento de olvidar, ocultar, que la
muerte es un hecho que está en la vida. Pero las personas fallecen, es algo que
se produce a diario. Se han ido introduciendo costumbres, pautas sociales, que
tienen precisamente ese objetivo: que la muerte pase inadvertida. Hoy ya no hay
velatorios en las casas, las personas mueren en los hospitales, de la cama del
hospital pasan al tanatorio, se intenta enterrar lo antes posible. Incluso
existe una práctica bastante extendida de poner en los certificados médicos, si
el deceso ocurre a las 5 de la tarde, que ha sido un par de horas antes para no
esperar y realizar la inhumación al día siguiente. También se ha establecido
que los niños no vayan al entierro de sus abuelos. Es mirar al otro lado. Lo
único cierto en la vida, lo único que puedo asegurar sin ser adivino, es que se
producirá un momento determinado en el que acontecerá eso llamado muerte.
-Lo primero que dices en tu libro es que “la muerte no es tal”.
¿Puedes explicar el porqué de esta afirmación?
-Es sencillo. La muerte es una puerta que se abre para ir de
una habitación a otra de la vida. De la habitación A, un plan físico y
material, pasamos a la habitación B, un plano más inefable, no físico, no
material, que también tiene sus leyes, no físicas pero sí naturales. La muerte
es el denominado tránsito, para pasar a lo que se suele llamar coloquialmente
plano de luz. En las charlas digo que somos Conductores encarnados en un coche
para vivir la experiencia humana. A ese Conductor le podemos dar muchos
nombres, alma, energía, espíritu, amor, luz. Qué cada cual, en función de su
corriente cultural y espiritual, lo denomine como quiera. El Conductor ha
existido antes y lo hará después de estar aquí. Para vivenciar, necesitamos un
vehículo, un instrumento que posibilite palpar esta experiencia. Es nuestro yo
físico, mental y emocional, lo que nuestros sentidos corpóreo-mentales perciben
de uno mismo y de otros. Cuando llega ese momento denominado muerte, ésta se
produce sólo para el coche. Para el Conductor no. Y puede plantearse volver al
plano humano con un coche nuevo, que se ajuste a las nuevas experiencias que
quiera vivir. La muerte realmente es un imposible, un fantasma de la
imaginación humana; no hay razón para que le tengamos miedo.
-¿Y cómo lo sabes?
-Dispongo de tres grandes fuentes, importantes. Para mí la más
significativa es la meditación. Hace muchos años que hago prácticas de
introspección, de meditación, y he conectado profundamente con lo que somos,
con ese Conductor que inevitablemente, olvidemos o no, realmente somos. He
recordado su existencia, que yo soy ese Conductor; me he ido desidentificando
del coche y acercándome al recuerdo de lo que es y lo que somos. En ese
recuerdo he conectado con lo que me gusta denominar la sabiduría innata, que
tenemos todos, me ha mostrado cómo es ese otro plano, lo que se vive en la
experiencia de tránsito, etcétera. Otra fuente, que entiendo como una bendición
de la vida hacia mí, llega a través de un accidente, una caída en una montaña
que me provocó consecuencias físicas. Yo viví el 29 de noviembre de 2010, entre
las 4 y las 6 de la tarde, una experiencia cercana a la muerte (ECM) en la UCI
de un hospital. Percibí claramente que salía de mi cuerpo, etcétera. La tercera
fuente es que, a partir de esa experiencia, me interesaron las EMC. Así encontré
que hay muchísimas personas y libros que describen lo mismo que yo viví. Lo que
aquella tarde percibí no tiene nada que ver con una fantasía de mi mente: hay
protocolos, pautas, que se repiten en todos esos otros casos y circunstancias.
-Aseguras que estamos en el momento justo de incorporar
culturalmente la idea de la muerte, ¿por qué?
-Hay razones desde una perspectiva científica. La medicina ha
avanzado extraordinariamente de mano de la tecnología, con nuevos
descubrimientos, y está haciendo que algo que antes raramente sucedía, hoy
acontezca con mucha frecuencia: personas en la última frontera vital son
recuperadas y vuelven con ECM vividas. En su libro “Yo vi la luz”, un médico
sevillano ya fallecido, Enrique Vila López, recopiló con su mujer, María de los
Ángeles Garfia, 120 experiencias que describen lo mismo, con similares
protocolos y pautas, personas de distintos lugares geográficos, de diferente
edad y sexo. En paralelo, hay una razón consciencial: el convencimiento pleno
de que la humanidad evoluciona en consciencia. A veces puede parecer que la
humanidad no evoluciona por los problemas de siempre: guerras, violencia,
miseria… Pero detrás de ese bosque hay una evolución y siento que esto nos está
llevando al momento de, por fin, coger el toro por los cuernos. Es el momento
en que la humanidad mire de cara a la muerte y la comprenda, ayudada por los
avances científicos, y pierda -esta es la clave- el miedo a la muerte.
-Precisamente, hablemos de plenitud ya que tú dices que no puede
basarse en el miedo.
-La libertad es la ausencia de miedo. Una persona libre no tiene
miedo, la libertad completa es la completa ausencia de miedo. Esto estaba en la
comprensión de culturas muy antiguas. Los idiomas europeos como el castellano o
el inglés, en sus raíces, proceden de unas ramas lingüísticas que se conocen
como indoeuropeas, muchas originarias del Medio y Extremo Oriente. En esas
lenguas indoeuropeas la palabra miedo se construía con un prefijo delante de la
palabra libertad. Esto se ha perdido en el castellano en su evolución desde el
latín, pero en inglés, por ejemplo, se ha mantenido: “free” es libre y
“freedom” significa libertad; pero cuando se pone una “a” delante se construye
la palabra “afraid”, es decir, “asustado”, “temeroso” (“to be afraid”: “tener
miedo”). El miedo a la muerte está presente, por eso se mira hacia otro lado.
Tener miedo a la muerte es tener miedo a la vida. Como si un francotirador te
fuera a disparar en cualquier momento, piensas “¿cuándo me va a llegar?”, y te
proteges y siempre andas con cuidado. Pero san Juan de la Cruz, desde su
plenitud, dice “… dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”. La gente se
cuida mucho, se asegura, quiere controlar la vida, esto es un absurdo porque
sabemos que la vida fluye. No puedes tener plenitud con miedo porque no hay
libertad. Y al no haber libertad, no puede haber plenitud.
-Señalas que en la raíz del miedo hay “algo” llamado ego.
-Sigamos con el símil del coche y el Conductor. Cuando eres
consciente de la divinidad, infinitud y eternidad de lo que eres, tomas el
mando del coche. Pero lo que le sucede a muchos es que el Conductor está
dormido, olvidado. El coche tiene un sistema operativo, la mente. Y ante la
ausencia del Conductor consciente, la mente enciende un piloto automático, como
pasa en los aviones. Así se sustituye el mando consciente del conductor por ese
piloto automático que es creación de la mente, el ego. El ego es una creación
que pertenece al mundo del coche. Y como todo lo que es el coche, morirá con
total seguridad, tiene fecha de caducidad, y es lógico que tenga miedo a ese
momento.
-En una ECM descubres que no hay errores en la vida terrenal,
según tu experiencia. Si aceptamos esto, muchos sentimientos de culpa
desaparecerían.
-Cuando yo salí aquel día de mi cuerpo visualicé todo lo que había
sido mi vida. Comprendí con absoluta claridad que en ningún momento me había
equivocado en nada, no había cometido error alguno del que arrepentirme o
querer eliminar por un sentimiento de culpa, carga o lastre. Cada persona actúa
en correspondencia con el estado de conciencia que tiene en cada instante.
Además, te das cuenta de que no se trata de un tema de jerarquías, si se es más
listo o más tonto, malo o bueno. No, allí rigen el amor y el respeto al libre
albedrío. En mi caso, comprobé que aquellas cosas que había entendido como
errores abrieron puertas a nuevas vivencias, a nuevas experiencias. Si alguien
dice “yo creo que me equivoqué aquí y aquí, y me arrepiento y ojalá pudiera
quitarlo de vida”, le comento que si realmente lo borrara de su vida, la
perspectiva que tiene ahora la perdería, su estado de consciencia pasaría a ser
otro. Por eso hay que respirar y vivir muy tranquilos.
-Te refieres a estados de conciencia y no de niveles. ¿No son lo
mismo, confundimos los términos?
-Contemplemos la naturaleza. En la ella, según el dicho andaluz,
“ca uno es ca uno”. A pesar de la mente, no hacemos niveles. Paseas por el
campo, donde hay de todo, animales chicos y grandes, plantas muy pequeñitas y
grandes árboles, el cielo y la montaña, el arroyo y el gran río… Cuando andas
por allí no vas diciendo “fíjate, esto es mejor que esto” o “aquello es peor”.
Entiendes que todo forma parte de un conjunto y cada cosa tiene su sitio.
También en el cosmos y lo que nos rodea. Sin embargo, con qué facilidad en el
ámbito humano nos pasamos la vida haciendo juicios, de nosotros mismos y de los
demás. Al dejar de lado la mente, las jerarquías y los niveles desaparecen.
Cada uno está en su estado de conciencia y proceso evolutivo y no hay más
historias.
-Una buena pregunta que planteas es por qué no vivimos todo de un
tirón, evitando las sucesivas encarnaciones.
-Hay una razón espiritual profunda. Esa ruptura entre las
encarnaciones acelera el proceso consciencial. En el plano de luz tienes una
percepción, una perspectiva amplia de las cosas, ahí se ofrece una ventaja que
no posee una encarnación única, que es evaluar tus experiencias y decidir
cuáles quieres vivir y volver a encarnar y comenzar un nueva vida en
consonancia con ello.
-Comparto contigo la afirmación de que nadie viene a esta vida a
sufrir.
-Y añadiría otra: sufre quien quiere. El sufrimiento es una
elección y forma parte del proceso consciencial. Místicos como san Juan de la
Cruz lo han llamado “la noche oscura”. El sufrimiento, la tristeza, la soledad,
tienen su papel, pero ¡cuidado!: tú eres libre de decir “vale, el sufrimiento
es una vía de evolución consciencial, pero yo voy a evolucionar desde el gozo,
el placer de la vida misma”. La mente, además de ver todo torcido, funciona en
el contraste, en los opuestos, y siempre tiende a ir hacia el lado negativo. En
la cuestión de salud y enfermedad, las personas sanas no valoran la salud que
tienen, los días pasan sin que haya un agradecimiento a ellas mismas y a la
vida por poder disfrutarlos con fortaleza y energía. Pero llega una simple
gripe y ya estás pensando en lo importante que es la salud; y cuando la
recuperas, te olvidas de nuevo.
-Enfermamos por la mente…
-Sí, cuando te empeñas en vivir a través de la mente. El estado de
conciencia evoluciona por las experiencias del día a día, no por los libros que
leas o los vídeos que veas, que sólo sirven si hay interiorización propia y
puesta en práctica. La mente no computa las experiencias de gozo, como la salud,
pero sí las experiencias del sufrimiento, como la enfermedad. Es como si
hubiera dos zumos: uno de naranja, dulce; y otro de limón, ácido. La mente no
ve el de naranja, así la gente para evolucionar toma mucho zumo de limón. ¡Oye,
déjalo, de lo contrario no te quejes! Valora la salud y evoluciona desde el
gozo. Desde hace mucho tiempo evoluciono desde el gozo, de mi vida ha
desparecido radicalmente el sufrimiento, se acabó. No me inquieto por nada.
-Por eso afirmas que la iluminación es vivir sin quejas. ¿No hay
que ir a un Shangri-La? Es mucho más económico y simple el trámite.
-La iluminación consiste en darte cuenta de lo innecesario de la
iluminación, porque ya lo estás. Estamos iluminados, es lo que somos; cosa
distinta es que te aferres al coche, te olvides de lo que eres y te lances
buscando la iluminación no sabemos dónde. Como ha dicho Krishnamurti, sé una
luz para ti mismo. La iluminación es ser normal. Cuando una persona se quiere
revestir de “circunstancias especiales”, esa persona no está iluminada. La
iluminación no consiste en levitar, hacer milagros o cosas raras de telepatía,
adivinación, recibir mensajes de vayas saber dónde. Eso no tiene nada que ver
con la iluminación. La persona iluminada es normal, entendiendo como tal a quien
lleva una vida sencilla, con una práctica cotidiana basada en esa simpleza, con
mucha paz, en el aquí y ahora, compartiendo con los demás. Es verdad que en el
lenguaje coloquial hemos terminado confundiendo lo que es frecuente con lo que
es normal. Muchas cosas frecuentes no son normales sino profundamente
anormales; y cosas normales son muy poco frecuentes.
La mayor plasmación práctica en la vida diaria de la iluminación es
vivir sin quejas. Una persona iluminada ha comprendido que lo que ocurre en su
vida y en la de los demás, en la Tierra, en el cosmos, todo tiene su sentido
profundo. No existen las casualidades, todo está lleno de sincronías, en una
permanente relación causa-efecto, y todo tiene su sitio. A partir de esa
comprensión real que no da la mente, sino el corazón, que no es un acto de fe,
desaparece la queja. Te enamoras de la vida, vives la vida como lo que es en su
totalidad, no la divides en partes, no caes en la estupidez del ego de que
“esto me gusta y aquello no”. ¿Tú quién eres para juzgar la vida? Intenta
adquirir una perspectiva más amplia, comprueba que la vida entera es un
milagro, en ella todo lo que acontece tiene ese porqué y para qué, un sentido
profundo. Se confía en la vida, la confianza genera aceptación que no es
resignación o impotencia, la aceptación que deriva de que tú confías en la
vida. Esa confianza genera aceptación, ya no hay quejas.
-También recuerdas que el núcleo duro de la espiritualidad se
resume en aquella frase de “conócete a ti mismo”. Para qué buscar más…
-Entre otros sitios, la frase estaba colocada en el pronaos del
Templo de Apolo en Delfos, en la Grecia antigua, hace dos mil quinientos años.
Allí la gente se conectaba con lo divino, el oráculo de los dioses. Y los
sabios la pusieron para que la gente se enterara desde el principio: “Oye,
conócete a ti mismo porque eso es la espiritualidad”. Expresado también a modo
de símil, ¿sabes que pondrían hoy esos sabios?... “Recuerda que eres Conductor
y coche, eso es conocerse a sí mismo”. Tienes un yo físico, mental y emocional
y eres divino, infinito y eterno: un ser que procede de donde no hay tiempo y
espacio, pero estás aquí viviendo una experiencia donde hay tiempo y espacio; y
necesitas un vehículo, el cuerpo, la mente… Sin embargo, eres mucho más que eso.
-¿Quién decide la hora de hacer el tránsito?
-El coche no se estropea por casualidad, cuando llega al fin de sus
días es porque lo decide el Conductor. Ha llegado el momento de transitar y a
partir de ahí genera un accidente o una enfermedad para desencarnar. El
Conductor lo decide cuando aquellas experiencias para las que había encarnado,
las ha vivido. O también cuando viniste a vivir unas experiencias, pero por
libre albedrío no las llevas a cabo y llega un momento en el que comprendes que
ya no las vivirás, y entonces desencarnas.
-¿Y siempre aparecen señales que avisan?
-Podemos percibir la llegada de ese momento porque se dan mensajes.
Yo lo viví en agosto de 2010, cuando tuve la claridad absoluta, al hacer
meditación, de que en mi vida iba a ver un vuelco, ocurriría algo que yo
asociaba con el fenómeno de la mal llamada muerte. Igualmente, he hablado de
ello con personas que han vivido ECM´s. Y en muchos libros que recopilan estas
experiencias se menciona. Por eso lo afirmo rotundamente: siempre, siempre, hay
señales que te dicen que ha llegado el momento, que el desencarnar, el
tránsito, está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, vamos en el coche tan
apegado a él, con tanta velocidad, viviendo en una sociedad que rinde culto a
la velocidad, que esas señales las tenemos delante y no las vemos.
-Nos queda hablar de los enfermos terminales, la esquizofrenia, el
alzhéimer, la bipolaridad, el karma… ¡del Gran Olvido! (risas).
-Sí que quedan cosas fuera, pero para ello está el libro.
-Lo más curioso es que esto se publica en un mes, diciembre,
cuando termina el año. Alguien pensará “qué manera de terminarlo hablando de
estas cosas”.
-Es que esa observación procede del miedo, pero estamos diciendo
que la muerte no existe. ¡Qué mejor noticia para la humanidad en el arranque de
2016!
La muerte no existe: morirse a gusto
La muerte no existe: morirse a gusto
La muerte es un imposible
La muerte es un imposible, una
fantasma -solo eso- de la imaginación humana. La Creación y el Cosmos son una
colosal manifestación de Vida y Consciencia. También el ser humano, por lo que
lo que auténticamente somos (vida) y sentimos que somos (consciencia, estado
consciencial) trasciende rotunda e infinitamente lo que una vida física y la
existencia durante unos pocos años, significan.
En este marco, lo que la
Humanidad denomina muerte no es tal, sino el punto evolutivo y la fase de
transición entre el fin de un ciclo vital (la vida física y la encarnación
material que termina) y el inicio de otro ciclo vital (una nueva reencarnación
en una nueva vida física). La evolución y los ciclos son consustanciales a la
Creación. Nuestros ancestros se percataron de esto y lo condensaron en lo que
“El Kybalion” denomina Principio de Ritmo. Y el Cosmos y la Naturaleza se
renuevan y regeneran, fluyen y refluyen, mediante los cambios de ciclo.
De este modo, tener miedo a la
muerte es tenerlo a la vida, pues no hay vida sin muerte, ni muerte sin vida. Y
comprender la muerte es entender la vida. La muerte corporal es un apagado; y
el nacimiento físico, un encendido. Por cada apagado hay un encendido y, así,
se recrea y expande nuestra existencia en el plano humano a través de una
prolongada cadena de vidas o reencarnaciones.
La mayoría de las tradiciones
y corrientes espirituales de la Humanidad, nos enseñan que nuestra encarnación
en este plano material no se plasma en una única vida física, sino en una
cadena de vidas a través de múltiples reencarnaciones. De hecho, la
reencarnación es el sostén de la experiencia humana, que ni empieza ni concluye
con la vida física actual.
Tomar consciencia de esto
alivia el estrés -por llamarlo de algún modo- con el que algunas personas viven
su espiritualidad, máxime cuando va unido a las nociones de culpa y pecado: lo
que transforma la espiritualidad en una trampa mortal que nos impide vivir y
disfrutar de la Creación y de nuestro auténtico ser, haciéndonos “manipulables”
y “religioso-dependientes”.
Además, antes de cada
reencarnación, es cada uno -nosotros mismos y sólo nosotros- quien elige “el yo
y las circunstancias” que desea vivenciar y las experiencias que quiere
desplegar en la nueva vida.
Conviene repetirlo: tener miedo
a la muerte es tener miedo a la vida. Y para conocernos a nosotros mismos y
vivir la vida hay que comprender y asumir la muerte. Por lo que discernir
acerca de ésta y otear lo que representa, no es un juego mental, ni otra de
nuestras muchas obsesiones intelectuales relacionadas con el futuro. Al
contrario: resulta imprescindible para vivir el Aquí y Ahora, que es la vida
misma; y para perderle el miedo, que es el medio para saborear el Aquí y Ahora
como se merece y sacarle a la vida todo su jugo.
No esconder la muerte
La sociedad occidental
contemporánea contempla la muerte de forma muy distinta a la que se acaba de
exponer. Es más, entre sus numerosas neurosis, destaca una francamente curiosa:
el empeño en negar emocionalmente la muerte y procurar mantenerla oculta.
Cada vez más, se tiende a
esconder la muerte. Parece como si fallecer fuera un desliz extemporáneo, una
falta de educación o hasta una perversidad, algo que hay ocultar, sobre todo, a
los niños, en lugar de acostumbrarlos a experienciar lo que el tránsito
significa como primer paso para que no vivan con miedo a la muerte.
Pocas personas fallecen ya en
su casa y casi no hay velatorios en el hogar. Inmediatamente producido el
óbito, el cuerpo se envía desde hospital al tanatorio, para proceder, con la
mayor rapidez posible, al enterramiento o a la incineración. Todo muy eficaz,
pulcro, atildado y profiláctico, con protocolos
–incluidos los famosos “pésames”- tan impersonales como perfectamente
pre-establecidos, tan automatizados como carentes de sentimientos. Si es
preciso y para hacerle “un favor” a la familia, hasta se certifica médicamente
una hora distinta a la que realmente ha acontecido el fallecimiento, al objeto
de acelerar los trámites y recortar los tiempos de espera y el duelo.
El siguiente texto, Morirse
a gusto, de Alejandro Rocamora -psiquiatra y miembro fundador del Teléfono
de la Esperanza- es muy aclaratorio al respecto y, entre otras cosas, cita un
libro muy aconsejable para quien quiera reflexionar sobre lo que se viene
exponiendo: “Morir en la Ternura” (Ediciones San Pablo), de Cristiane Jomain.
Morirse a gusto
El hombre actual contempla la
muerte como el fracaso de su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza. El
“hombre tecnificado” puede controlar y manipular casi todo, pero se encuentra
indefenso ante el hecho innegable de la muerte. Así, la muerte y el morir no
tienen cabida en las sociedades industrializadas, no afectan a los sistemas
productivos. La muerte, la agonía y la senectud son consideradas como
representación de la impotencia de la moderna tecnología biomédica.
Y esto es así porque una
sociedad centrada en “valores” como el consumo, la producción y la eficacia,
necesariamente debe repudiar todo lo que no sea: acción, rendimiento y
vitalidad. La muerte, el hecho de morir, implica destrucción y negación de
todos esos valores actuales y por esto, la muerte hoy, es un “anti-valor”.
Hasta mediados del siglo XX,
el gran tabú del ser humano era el sexo; después fue la muerte, y actualmente
nos atreveríamos a decir que es la situación posterior a la muerte en los
supervivientes: el duelo.
En el mismo lenguaje
reflejamos nuestro miedo a la muerte al utilizar sinónimos o equivalentes de la
angustiosa realidad que supone el morir: “Ha fallecido”, “Ha pasado a mejor
vida”, “Descanse en paz”, etc., son algunas de las frases que utilizamos en
esos momentos. Incluso el duelo y la aflicción por la muerte de un familiar ya
no son tan aceptados como en otras épocas.
Se ha cambiado la forma ideal
de morir: antes se deseaba una forma consciente, lúcida y con un apoyo
espiritual y sacramental; hoy se desea una muerte rápida y sin sufrimiento
(¿Sufrió mucho?, ¿Se enteró?, son las preguntas más frecuentes en estas
circunstancias).
Con frecuencia, cuando un
enfermo terminal afirma: “Me voy a morir”, los familiares suelen contestar:
“Todos tenemos que morir; nosotros también nos vamos a morir”. Pero esta
respuesta no es sincera: pues el enfermo habla de “morirse” (se está muriendo)
y el familiar se refiere a un proceso que dura toda la vida.
Freud (1915), en Consideraciones
actuales sobre la guerra y la muerte, señala que “La única manera de hablar
de la muerte es negándola”, aunque al final de ese mismo trabajo concluye: “Si
quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”. Desde que el hombre
existe, se ha observado una actitud de ambivalencia, de deseo y de rechazo, de
amor y de odio, hacia la muerte; no obstante, mientras el hombre primitivo
encontró una salida en su animismo, al hombre actual, esa ambivalencia le lleva
a la culpa y, consiguientemente, a la neurosis.
La negación emocional de la
muerte puede tener diversos ropajes: desde la preocupación, la ansiedad y el
temor -que son las más comunes-, hasta una hiperactividad (culto al trabajo),
el narcisismo (culto a sí mismo) o la confianza ciega en la ciencia para evitar
la muerte (culto a la técnica médica).
Es cierto que la muerte nos
hace a todos iguales: tanto el Rey como el vagabundo deben enfrentarse a este
hecho de vida en soledad. La muerte es la única vivencia que no podemos
compartir. Pero también es cierto que este momento importante de la vida
depende fundamentalmente de dos situaciones: ¿cómo se ha vivido?; y ¿cómo se
siente ante el entorno? Es decir: morir en paz no se improvisa, sino que estará
en función de cómo se ha desarrollado la vida: intereses, valores y
sentimientos estarán ayudando o entorpeciendo el ‘bien morir’. Pero también de
cómo se realice el momento de morirse (en casa, en el hospital, con
sufrimiento, lúcido, etc.) favorecerá o entorpecerá una “muerte digna”.
Morirse a disgusto, según la
autora de “Morir en la ternura”, Cristiane Jomain, se desarrollaría entre
dos polos: la desgracia de morir en soledad y la desgracia de no tener un
espacio de soledad necesario para vivir. El primer supuesto está amenazado en
nuestra cultura, pues tendemos a negar la muerte de nuestro familiar en la
falsa creencia de que no se dará cuenta; pero igual se siente solo al no poder
compartir su miedo ante la muerte próxima. La segunda necesidad del moribundo
es la de tener un espacio psicológico para poder elaborar la eminente pérdida
de la vida y poder despedirse, sin trauma y también sin agobio. En este
sentido, una excesiva presencia de los familiares y de los cuidadores
dificultaría el proceso de “morirse a gusto”. Habría que añadir una tercera
necesidad del moribundo: la ausencia de sufrimiento inútil, que lo único que
consigue es prolongar una vida vegetal. Si se dan estas tres condiciones,
entonces sí que podríamos decir que se produce una “muerte a gusto”.
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