sábado, 26 de junio de 2021

Una introducción simple y profunda a la autoindagación por Sri Mooji


Suscríbete para recibir información sobre eventos y otros servicios con traducción en español: https://mooji.org/spanish En este Satsang Sri Mooji presenta la autoindagación de una manera profunda y a la vez clara y simple para todos. Este Satsang es recomendado tanto para aquellos "veteranos" en la indagación como para los nuevos. "No necesitamos saber muchas cosas –porque así nos confundimos; simplemente debemos saber la cosa correcta– aquello que es necesario saber ahora. No necesitas 50 llaves para abrir una cerradura. Necesitas la llave correcta. Puedes tener mil llaves y estarás mil veces más confundido, más perdido. Simplemente necesitas la llave correcta. Entonces hoy tengo la esperanza de que hallemos la llave correcta para abrir el misterio hacia tu propia naturaleza. Cuando dices "Yo soy...", ¿a qué "yo" te estás refiriendo? Cuando dices "yo", ¿qué significa? Este es el nacimiento de la indagación. No te asustes por la indagación, es tu amiga. Es una herramienta en el bolsillo de tu corazón. Cantante de Bhajan: Bholenath Música por Shivali: Until Only I Am

viernes, 25 de junio de 2021

Las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM)





El tránsito y las ECM


(El texto que sigue, en audio: https://www.youtube.com/watch?v=R9Z_DiA0ZuQ)

Como se desarrolló en la anterior entrada del blog (La muerte no existe: morirse a gusto), la muerte no es el final de nada, sino un tránsito, un estado intermedio entre un ciclo vital que finaliza y otro que se inicia. Y la dimensión espiritual que abandona el cuerpo físico durante el mismo, no es un fantasma: es nuestro auténtico ser. Y en la medida en la que el tránsito se produce, cualquier sensación física va desapareciendo, pues ya no hay una corporeidad que la genere: dejan de existir barreras materiales y todo fluye en la Luz que Somos y Es. Las percepciones conscienciales pasan, así, a desenvolverse en la esfera cuántica: se transforman en muy sutiles; se expansionan espectacularmente y son radicalmente distintas a las que teníamos cuando nuestra dimensión espiritual aún moraba en el cuerpo.

 

En este marco, el tránsito sigue unas pautas y cuenta con un recorrido que la Humanidad ha procurado verter desde tiempos pretéritos en diversas tradiciones orales y en diferentes textos, como el “Bardo Thodol” o “Gran Libro de la Liberación Natural mediante la comprensión en el Estado Intermedio” (mal titulado a menudo como “Libro Tibetano de los Muertos”), que constituye una completa guía de instrucciones, redactada en torno al siglo VIII, para afrontar el tránsito, para el que estima una duración de 49 días. Específicamente, la obra divide el tránsito (Estado Intermedio o Bardo) en tres fases, de las que se ocupa en cada una de la triada de partes en las que se estructuran sus páginas: primera, el mismo momento del óbito o Estado Transitorio del Momento de la Muerte: segunda, lo que se experimenta después de fallecer o Estado Transitorio de la Realidad; y tercera, el Estado Transitorio del Renacimiento, esto es, todo lo relativo a lo que antecede al nuevo nacimiento físico o reencarnación, incluyendo el nuevo arranque de los instintos físicos.

 

Contemporáneamente, han sido muchos los investigadores que se han ocupado del tránsito a través, principalmente, del estudio de las experiencias cercanas a la muerte (ECM) vivenciadas por numerosas personas. Como botón de muestra, se traen aquí tres de ellos:

 

+El estadounidense Raymond Moody, médico psiquiatra y uno de los pioneros en el tema con su libro, publicado en 1975, “Vida después de la vida”, (Editorial EDAF; Madrid, 2009), donde recoge relatos de personas que habían superado la muerte clínica y se constata la existencia y coincidencia entre ellas de experiencias extracorporales. Su estudio empírico sobre cientos de ECM demuestra que éstas siguen un patrón común: abandono del cuerpo, que se ve desde arriba; desplazamiento por una especie de pasillo hasta llegar a una luz brillante, en la que se siente compasión y amor absolutos; presencia de amigos y familiares que han muerto; recuerdo panorámico en el que se contempla toda la vida pasada; y todo esto sucediendo al mismo tiempo y de forma instantánea. Y la mayoría de las personas que han vivido las experiencias cercanas a la muerte lo rememoran como algo grato y satisfactorio: según una encuesta Gallup de 1982 sobre las ECM, de entre los ocho millones de norteamericanos que declaraban haberlas tenido, sólo para el 3% fue algo desagradable o experienciado como negativo.

 

+El prestigioso doctor sevillano Enrique Vila, Jefe de Medicina Preventiva en el Hospital Universitario Virgen Macarena de la capital hispalense, que en compañía de su esposa, Ángeles Garfia, desarrolló durante 30 años, hasta su fallecimiento en 2007, un intenso trabajo de indagación científica sobre las experiencias cercanas a la muerte, entrevistando por toda la geografía española a cientos de personas que las habían tenido y comprobando las grandes similitudes de lo sentido y percibido por ellas. Su libro póstumo “Yo ví la luz” (Ediciones Absalon; Cádiz, 2010) recopila los resultados de una parte de tales entrevistas.

 

+ Y el Dr. Pim van Lommel, reputado cardiólogo holandés, que trabajó durante más de 25 años en un hospital docente con ochocientas camas. Al hablar con cientos de sus pacientes que habían sufrido un paro cardíaco, quedó atónito al descubrir que, lejos de haber perdido la conciencia durante el período en el que habían estado clínicamente muertos, recordaban haber vivido una experiencia extraordinaria: algo que a Van Lommel, como científico, le era difícil de aceptar. Ante ello, decidió estudiar el fenómeno sistemáticamente durante dos décadas en su clínica con un equipo especializado. Y, en 2001, publicó una síntesis de su investigación en la acreditada revista médica “The Lancet”, causando un revuelo internacional. Así se gestó su libro “Conciencia más allá de la vida” (Editorial Atalanta; Girona, 2012), que ofrece abundantes pruebas científicas de que las experiencias cercanas a la muerte son un fenómeno que no puede atribuirse a la imaginación, a la psicosis, o a la falta de oxígeno. Pim van Lommel introduce estas experiencias en un amplio contexto cultural que va desde las diferentes visiones religiosas, hasta los nuevos presupuestos de la física cuántica, en donde estos fenómenos tienen un lugar coherente dentro de sus modelos teóricos. Los resultados de su investigación llevaron a un medio de comunicación tan solvente como “The Washington Post” a señalar que “las pruebas sostienen la validez de las experiencias cercanas a la muerte y sugieren que los científicos deben reconsiderar las teorías existentes sobre uno de los más profundos misterios biológicos: la naturaleza de la consciencia humana”.

 

Mi propia experiencia cercana a la muerte

 

Lo recogido en estos textos coincide y encaja con mi propia experiencia cercana a la muerte en la UCI de una clínica sevillana, en la tarde del lunes 29 de noviembre de 2010. Me llevó a ella una cadena de “causalidades” que reconozco sin tapujos, por el auténtico renacimiento que provocó en mi vida, como una “Bendición” y todo un regalo de la Providencia: una caída bajando un monte, en la madrugada del domingo 7 de noviembre, que origina una fractura de peroné; la fractura genera, el viernes 26 de noviembre, una trombosis, y ésta, un infarto pulmonar; un erróneo diagnóstico inicial del infarto como simple neumonía; y el ingreso en la UCI en situación límite -con otros múltiples trombos en la vena femoral y cuantiosa pérdida de sangre expulsada por la boca-, el indicado lunes 29. La ECM que entonces experimenté y sentí de manera clara y diáfana duró casi dos horas de nuestro tiempo, aunque se desarrolló en el contexto cuántico en el que -como se resaltó párrafos atrás- el tránsito se produce. Siendo por ello complicado enunciarlo en palabras, lo entonces vivenciado puede ser sintetizado así de forma general:

 

1º El ser que somos -esto es: la dimensión espiritual encarnada en el cuerpo físico-, lo abandona (“sale” del cuerpo, expresado coloquialmente) antes de que el fallecimiento de éste y la conclusión de sus funciones fisiológicas hayan llegado a producirse. No vivimos ni la expiración final ni el estertor previo. Antes de que acontezcan, dejamos lo que fue nuestra corporeidad en el ciclo vital y la vida física que está concluyendo.

Esto explica, precisamente, las experiencias cercanas a la muerte: son procesos de tránsito que se viven en su fase inicial, pero no llegan a completarse debido a que, por las razones que sea (se abordan en el apartado 10º), la dimensión espiritual retorna al cuerpo físico que aún no había fallecido. Si el tránsito empezara una vez que la muerte física hubiese acaecido, tal regreso a la corporeidad no sería factible.

 

2º En mi experiencia, mi cuerpo se hallaba tendido en la cama boca arriba. Lo más frecuente es esto: que el cuerpo del moribundo se encuentre en esta posición de decúbito supino (tumbado sobre la espalda), aunque también en decúbito  lateral (echado de costado), decúbito prono (yaciendo sobre el pecho y el vientre), o recostado sobre algún tipo de asiento (un sillón, el interior de un vehículo…). En cualquier caso, en el instante en el que empezamos a “salir” del que fuera nuestro cuerpo, sentimos cómo nos elevamos sobre él, quedando el cuerpo abajo y nosotros arriba.

Es el inicio del tránsito; y nuestro ser, “sentado” o “flotando” sobre el que fuera nuestro cuerpo, adopta el papel, no de sujeto activo de lo que está sucediendo, sino de observador de la situación y de todo lo que en ella ocurre (familiares que están junto al moribundo, personal sanitario que lo atiende, otra gente que se halle alrededor, conversaciones, llantos…).

 

3º De inmediato se produce un hecho espectacularmente maravilloso: “vemos” en toda su integridad y con todo lujo de detalles, la vida física que estamos  abandonando; es decir: cada uno de los hechos y circunstancias vividos y acontecidos durante ella, todos sin excepción y ordenada y pormenorizadamente, no de manera deslavazada, parcial o resumida. Y esto se “visualiza”, no a través de la mente, ni como una película o sucesión paulatina de fotogramas o escenas que se proyectaran ante nosotros: la vida que hemos experienciado, por prolongada o intensa que haya sido, se contempla íntegramente y de modo instantáneo, todo a la vez y en un momento, como si nos tragáramos una pastilla o un chip que nos permitiera ver de golpe, ipso facto, en una especie de colosal flash, todo lo vivenciado a lo largo de la misma.

Se percibe así, de manera directa y sin necesidad de elucubraciones intelectuales, que el tiempo no existe y que la Creación –y nosotros en ella- fluye y se despliega en la instantaneidad, sin pasado ni futuro, todo en un Aquí y Ahora que es la Eternidad en sí: el momento presente continuo en el que lo eterno se desenvuelve.

 

4º La visión íntegra e instantánea de la vida que ha terminado, proporciona otra sensacional sorpresa: verificar -sin lugar a dudas ni incertidumbres- que todo hecho en el mundo exterior (en nuestra vida, en la de los demás, en el planeta, en el Cosmos…) tiene su causa y origen en el interior (en el caso de la vida de cada uno, en el interior de cada cual). Y, ligado a ello, comprobar cómo, en la vida que dejamos absolutamente todo (cada evento, situación o experiencia, por insignificante o importante que para nosotros haya sido) enlaza con el propósito -el “propósito de vida”- para el que nos encarnamos en la persona que fuimos y, en ese contexto, ha tenido su porqué y su para qué: por tanto, todo encaja de manera armónica y no hay ninguna pieza suelta o fuera de lugar en el puzle (en ese rompecabezas que la vida nos parece tantas veces, mientras estamos inmersos en ella).

Esto permite percatarse de la ficción mental que representa calificar, clasificar y enjuiciar los hechos que vivimos bajo el prisma de la dualidad: buenos o malos, placenteros o dolorosos, gratos o ingratos, blancos o negros… Lo cierto es que en la vida no sobra nada: tampoco esas circunstancias que mentalmente quisiéramos borrar del mapa y de nuestra memoria y nunca haber vivido. En ese sublime momento del tránsito se “ve” con meridiana claridad que todo es perfecto y tiene su sitio en el bagaje de Consciencia y Experiencia que es lo único, ni más ni menos, que nos llevamos con nosotros a la “otra vida”.

 

5ª Y las bellas sorpresas no terminan aquí, pues a todo lo anterior se suma de inmediato la constatación de que el tránsito no lo acometemos solos, sino estupendamente acompañados. ¿Por quién?. Al principio son luces blancas y brillantes que nos rodean, aunque pronto toman un aspecto reconocible: el de seres queridos fallecidos antes que nosotros (pueden ser nuestros abuelos, padres, hermanos, hijos, pareja, amigos íntimos…) y el de aquellas “entidades” (santos y santas, ángeles y arcángeles, guías y “maestros” espirituales… cada cual en función de sus “creencias” ) por las que durante la vida habíamos sentido algún tipo de vinculación espiritual (devoción, sentimiento de compañía, percepción de apoyo en tesituras difíciles de la vida, comunicación de mensajes y canalizaciones…).

Todos estos “acompañantes” en el tránsito se muestran amorosos y extremadamente alegres. Entre ellos, los seres queridos ya fallecidos son los que toman la iniciativa de la comunicación con nosotros. Obviamente, no hablan, pues carecen de corporeidad, pero se recibe nítidamente lo que nos transmiten: mucha felicidad por el reencuentro y una gran paz, sosiego y confianza para continuar avanzando en el tránsito.

 

6ª. Al menos en mi caso -que durante la vida física había tenido oportunidad de sentir nuestra naturaleza multidimensional y contactar con mi Yo Superior en otras Dimensiones-, a los familiares fallecidos y a las mencionadas “entidades”, se agregaron formas de luz que fueron tomando el aspecto de “mí mismo” en otros planos de consciencia: “mí Yo” de Cuarta Dimensión, de Quinta, de Sexta… (a veces se trata de los guías y maestros antes citados, que en ocasiones no son sino nuestro Yo Superior experienciando en otros planos más sutiles de existencia y que, desde ellos, mantienen la conexión con su proyección en Tercera Dimensión; es decir: con lo que nosotros hemos sido durante la encarnación que acaba de concluir).

 

7º Cuando nos encontramos tan excelente y portentosamente acompañados, en nuestro entorno se abre un soberbio túnel de luz resplandeciente. Yo lo vi emerger delante de mí y en posición horizontal, sin pendiente alguna, aunque otras personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte lo recuerdan inclinado verticalmente y orientado hacia arriba o hacia abajo. En cuanto al color de la luz, la visualicé refulgente y casi deslumbrante, pero incolora, si bien hay quien la ha visto blanca, amarilla, azul o verde esmeralda. En cualquier caso, su brillo es tan cálido como acogedor, y nos invita introducirnos en el túnel sintiendo y sabiendo que es la puerta hacia el “más allá”, hacia la otra vida.

 

8º Pude ver, igualmente, que la forma de túnel que esa luminosidad tan radiante adopta no es fruto de la casualidad, sino que se debe a que la luz llega hasta nosotros desde el otro plano abriéndose paso a través de una capa nublosa, sombría y viscosa. Supe de inmediato -sin necesidad de preguntar-, que su origen radica en las proyecciones energéticas y conscienciales de las experiencias de desamor y desarmonía que entre todos desarrollamos en Tercera Dimensión y que rodean este plano como si fuera una nube de contaminación o una franja de “chapapote”.

También pude sentir que hay dimensiones espirituales que en el tránsito -debido al desconcierto generado por la inconsciencia acerca de lo que están experimentando (a menudo, porque nunca en su vida se han planteado que fueran a morir algún día ni nada con sentido de trascendencia)  y a su querencia consciencial hacia el mundo material que están abandonando- tienden a no pasar el túnel de luz, y optan, en libre albedrío, por permanecer dentro de esa capa oscura, empeñándose en reproducir -aunque ya carezcan de corporeidad- los hábitos y conductas de cuando estaban físicamente vivos. Muchos casos de “presencias”, espectros y asimilados que estudia la parapsicología, obedecen a este hecho. En algunos casos, se trata de un estado transitorio y, pasado un “tiempo”, las dimensiones espirituales entran por el túnel de luz (la labor de convencimiento de las dimensiones espirituales de los seres queridos fallecidos suele ser crucial al respecto). En otros, en cambio, permanecen en esta capa indefinidamente, hasta el momento de su nueva encarnación en el plano humano, al que vuelven sin completar el tránsito: sin haber gozado de la Luz del más allá y de la perspectiva de las cosas y de la vida que en ella se recuerda y disfruta.

Esto suele provocar que, en la nueva vida, su personalidad, actos y experiencias se hallen aún más ajenos a cualquier percepción de trascendencia y firmemente apegados a lo egóico y material, en sus diferentes manifestaciones, confundiendo la felicidad con la mera cobertura de sus deseos físicos y anhelos emocionales. Es a ellos a los que Jesús de Nazaret se refiere cuando lanza aquella frase tan aparentemente críptica: “deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lucas, 9,60). Esos “muertos que entierran a sus muertos” no son los de los cementerios, que, estando muertos físicamente, han realizado el tránsito a la otra vida, sino las dimensiones espirituales que, sin haber pasado al otro plano ni haber gozado de él, vuelven a encarnar en cuerpos humanos, desplegando, como se acaba de reseñar, una vida física carente de Vida y volcada en el egocentrismo y el materialismo.

 

9º Ya al final del túnel, tras haberlo recorrido, o inmediatamente antes de salir de él (éste fue mi caso), se vive algo imposible de plasmar en palabras y que solo puedo compartir como experiencia excelsa y gloriosa de Amor Puro: el contacto vivo y directo con la energía o esencia crística o búdica. Su presencia fue presentida tanto por mí como por todos los seres de luz que me acompañaban en el tránsito, transformándonos en más refulgentes y radiantes poco antes de su “llegada”.

Cuando inunda cuanto nos rodea, la inercia derivada de la corporeidad física que acabamos de dejar, hace que busquemos en nuestro interior consciencial una imagen que, de algún modo, refleje esa hermosa y tremenda fuerza de Amor que estamos sintiendo de manera eminente y grandiosa. Y en este punto, cada cual la percibe en función de la tradición espiritual o religiosa que haya hecho suya durante la vida que acaba de concluir.

En mi experiencia, la visualicé en la forma de Cristo Jesús: un Jesús de Nazaret de cuerpo luminoso, blanco centelleante; melena castaña y corta, con los pelos ligeramente caídos sobre los hombros; y rostro maduro, aunque juvenil, tan lleno de Amor como de autoridad (no basada en ningún tipo de dominio, control o poder, sino en la potencia natural de su evidente e inconmensurable divinidad). Me tendió sus manos de luz y las entrelazó con las mías, generando en mi ser una experiencia de gozo inenarrable.

 

10º La mayoría de las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte y han vivenciado lo sintetizado en los puntos precedentes, no quieren volver al cuerpo físico y a la vida que habían dejado. ¿Por qué, entonces, algunos sí regresamos?

Los motivos pueden ser muy diversos: desde los que retornan sin saber exactamente la razón, a los que, al contemplar íntegramente su vida, consideran que tienen experiencias pendientes relacionadas con el “propósito de vida” con el que encarnaron en esa existencia física y que aún pueden acometer (entre esas experiencias pendientes es frecuente que se encuentre la atención y el cuidado de hijos pequeños, pues son los hijos, al encarnar, los que eligen a sus padres, no al revés, por lo que éstos tienen un determinado compromiso álmico con aquellos).

Eso sí: en ese instante del tránsito, muchos sentimos la realidad inefable de que cada uno muere (transita) cuando íntimamente, desde su ser interior, toma esa decisión: morimos cuando queremos, ni antes ni después; no hay casualidades ni accidentes, por más que el fallecimiento pueda acontecer de forma aparentemente fortuita o inesperada. Y esta decisión se halla ligada al reiterado “propósito de vida” y se adopta una vez que ha sido cubierto o, llegado el caso, cuando se asume que ya, dado lo mucho que se ha apartado de él, resulta imposible su cumplimiento.

¿Por qué volví yo a mi cuerpo físico?. Fue consecuencia del encuentro, antes narrado, con Cristo Jesús y de la comunicación que ahí se estableció, durante la que me confirmó que estaba cumplido mi “propósito de encarnación” (es decir, no sólo el “propósito de vida” en la que acababa de dejar, sino el propósito de toda mi encarnación, a lo largo de una prolongada cadena de vidas, en el plano humano), a la par que me trasladaba su deseo de que, no obstante lo anterior y salvo que ello me desarmonizara interiormente, volviera a la vida física recién dejada, para hacer “algo” que sólo sabría una vez trascurrido cierto tiempo tras retornar a ella.

 

11. Y una vez incorporados de nuevo al cuerpo y a la vida que habían abandonado, no todos aquellos -entre los que en el tránsito sintieron un motivo preciso para volver- lo recuerdan. En ocasiones, esa remembranza, o el conocimiento de la razón que en el tránsito no supieron, se produce años después de haber retornado a la vida física.

En mi caso, el “algo” anunciado por Cristo Jesús durante el tránsito, lo conocí  al año exacto de haber retornado a mi actual vida física; esto es: en diciembre de 2011. ¿De qué se trata? No comparto lo que aquí relato, para contar mi vida, sino para exponer vivencias que coinciden y reafirman las experiencias cercanas a la muerte de numerosas personas. Por ello, baste con indicar que tiene ver con el nuevo ciclo que se abrió a partir del famoso solsticio de invierno de 2012 y con el momento de Evolución y Dicha que la Humanidad, la Madre Tierra, el sistema solar y la Vía Láctea disfrutan en el Aquí y Ahora. Un contexto en el que debo hacer dos cosas: poner mi modesto grano de arena al objeto de trasmitir seguridad a la gente, eliminando miedos y autolimitaciones mentales ante las maravillosas y desconcertantes vivencias que en nuestro interior –y, como consecuencia de ello, también el mundo exterior- estamos percibiendo, sintiendo y viviendo; y, por otro, darme la Gozada de disfrutar de la Vida sabiendo de manera plena que todo encaja, que tiene su porqué y su para qué en clave de nuestro desarrollo consciencial y evolutivo, que todo fluye, refluye y confluye en el Amor de cuanto Es y Acontece y que ya todo es y nosotros mismos somos todo aquello que nuestro Corazón puede anhelar, por lo que no hay nada que conseguir, alcanzar, por lo que luchar, por lo que esforzarse. La Vida es el Milagro y basta con fluir en ella con completa Confianza

 

12º. De lo sintetizado en los apartados anteriores, queda abierta la cuestión relativa a qué hay más allá del túnel de luz, pues en las experiencias cercanas a la muerte no llega a recorrerse o, nada más hacerlo, la experiencia concluye y acontece el retorno a la corporeidad. A pesar de esto, mi vivencia coincide con la de otras personas que han tenido ECM en cuanto a que lo que hay tras el túnel se percibe casi desde el comienzo del tránsito, cuando se empieza a “salir” del cuerpo físico, y, muy especialmente, en el instante en el que se contempla por primera vez el reiterado túnel de luz.  ¿Qué es lo que percibe de ese más allá? Pues, sencillamente, que se trata de un plano de existencia “Real” –en contraposición, se siente que el que se está dejando, la vida física y material, es  una especie de sueño, mera ilusión o ficción- y que se halla presidido por:

+la Unicidad, sin lugar para ningún tipo de identidad, sea física o espiritual, ni de separación o fragmentación;

+la Instantaneidad, sin tiempo, ni  pasado ni futuro: sólo un momento presente eterno en el que todo sucede a la vez, similar a lo que se expuso en el apartado 3º a propósito del flash en el que visualizan íntegramente los hechos y circunstancias acaecidos durante la vida que se está abandonando-;

+una colosal Quietud plena de Paz, Silencio (en cuanto a ausencia de “diálogo”, de preguntas o respuestas) y Amor; y

+la Presencia del Vacío, del No-Ser del que emana el Ser, de la Nada cuya Manifestación es el Todo.

Y es importante señalar que la percepción de un plano de existencia tan radicalmente distinto al que hemos experimentado durante la vida física, no genera ninguna clase de extrañeza o desconcierto. Al contrario: se  siente como el retorno al Hogar, a nuestro hábitat natural, por más que la noción de “nuestro”, ligado a una identidad, ya no tenga sitio ni sentido. 

 

 

 


Entrevista a Emilio Carrillo para la revista "Tu Mismo" (diciembre 2015)

 

Entrevista a Emilio Carrillo para la revista "Tu Mismo" (diciembre 2015)

 

Se ofrece seguidamente el texto completo de la entrevista a Emilio Carrillo, titulada La muerte no existe, publicada en el número de diciembre de 2016 de la revista Tú Mismo:

 

http://tu-mismo.es/entrevistas/la-muerte-no-existe

 


-A la muerte se la niega, estigmatiza, es un tema tabú para la sociedad occidental. Y tú, Emilio, te animas a hablar de ella abiertamente.

 

-En la sociedad actual hay un intento de olvidar, ocultar, que la muerte es un hecho que está en la vida. Pero las personas fallecen, es algo que se produce a diario. Se han ido introduciendo costumbres, pautas sociales, que tienen precisamente ese objetivo: que la muerte pase inadvertida. Hoy ya no hay velatorios en las casas, las personas mueren en los hospitales, de la cama del hospital pasan al tanatorio, se intenta enterrar lo antes posible. Incluso existe una práctica bastante extendida de poner en los certificados médicos, si el deceso ocurre a las 5 de la tarde, que ha sido un par de horas antes para no esperar y realizar la inhumación al día siguiente. También se ha establecido que los niños no vayan al entierro de sus abuelos. Es mirar al otro lado. Lo único cierto en la vida, lo único que puedo asegurar sin ser adivino, es que se producirá un momento determinado en el que acontecerá eso llamado muerte.

 

-Lo primero que dices en tu libro es que “la muerte no es tal”. ¿Puedes explicar el porqué de esta afirmación?

 

 -Es sencillo. La muerte es una puerta que se abre para ir de una habitación a otra de la vida. De la habitación A, un plan físico y material, pasamos a la habitación B, un plano más inefable, no físico, no material, que también tiene sus leyes, no físicas pero sí naturales. La muerte es el denominado tránsito, para pasar a lo que se suele llamar coloquialmente plano de luz. En las charlas digo que somos Conductores encarnados en un coche para vivir la experiencia humana.  A ese Conductor le podemos dar muchos nombres, alma, energía, espíritu, amor, luz. Qué cada cual, en función de su corriente cultural y espiritual, lo denomine como quiera. El Conductor ha existido antes y lo hará después de estar aquí. Para vivenciar, necesitamos un vehículo, un instrumento que posibilite palpar esta experiencia. Es nuestro yo físico, mental y emocional, lo que nuestros sentidos corpóreo-mentales perciben de uno mismo y de otros. Cuando llega ese momento denominado muerte, ésta se produce sólo para el coche. Para el Conductor no. Y puede plantearse volver al plano humano con un coche nuevo, que se ajuste a las nuevas experiencias que quiera vivir. La muerte realmente es un imposible, un fantasma de la imaginación humana; no hay razón para que le tengamos miedo.

 

-¿Y cómo lo sabes?

 

-Dispongo de tres grandes fuentes, importantes. Para mí la más significativa es la meditación. Hace muchos años que hago prácticas de introspección, de meditación, y he conectado profundamente con lo que somos, con ese Conductor que inevitablemente, olvidemos o no, realmente somos. He recordado su existencia, que yo soy ese Conductor; me he ido desidentificando del coche y acercándome al recuerdo de lo que es y lo que somos. En ese recuerdo he conectado con lo que me gusta denominar la sabiduría innata, que tenemos todos, me ha mostrado cómo es ese otro plano, lo que se vive en la experiencia de tránsito, etcétera. Otra fuente, que entiendo como una bendición de la vida hacia mí, llega a través de un accidente, una caída en una montaña que me provocó consecuencias físicas. Yo viví el 29 de noviembre de 2010, entre las 4 y las 6 de la tarde, una experiencia cercana a la muerte (ECM) en la UCI de un hospital. Percibí claramente que salía de mi cuerpo, etcétera. La tercera fuente es que, a partir de esa experiencia, me interesaron las EMC. Así encontré que hay muchísimas personas y libros que describen lo mismo que yo viví. Lo que aquella tarde percibí no tiene nada que ver con una fantasía de mi mente: hay protocolos, pautas, que se repiten en todos esos otros casos y circunstancias.

 

-Aseguras que estamos en el momento justo de incorporar culturalmente la idea de la muerte, ¿por qué?

 

-Hay razones desde una perspectiva científica. La medicina ha avanzado extraordinariamente de mano de la tecnología, con nuevos descubrimientos, y está haciendo que algo que antes raramente sucedía, hoy acontezca con mucha frecuencia: personas en la última frontera vital son recuperadas y vuelven con ECM vividas. En su libro “Yo vi la luz”, un médico sevillano ya fallecido, Enrique Vila López, recopiló con su mujer, María de los Ángeles Garfia, 120 experiencias que describen lo mismo, con similares protocolos y pautas, personas de distintos lugares geográficos, de diferente edad y sexo. En paralelo, hay una razón consciencial: el convencimiento pleno de que la humanidad evoluciona en consciencia. A veces puede parecer que la humanidad no evoluciona por los problemas de siempre: guerras, violencia, miseria… Pero detrás de ese bosque hay una evolución y siento que esto nos está llevando al momento de, por fin, coger el toro por los cuernos. Es el momento en que la humanidad mire de cara a la muerte y la comprenda, ayudada por los avances científicos, y pierda -esta es  la clave- el miedo a la muerte.

 

-Precisamente, hablemos de plenitud ya que tú dices que no puede basarse en el miedo.

 

-La libertad es la ausencia de miedo. Una persona libre no tiene miedo, la libertad completa es la completa ausencia de miedo. Esto estaba en la comprensión de culturas muy antiguas. Los idiomas europeos como el castellano o el inglés, en sus raíces, proceden de unas ramas lingüísticas que se conocen como indoeuropeas, muchas originarias del Medio y Extremo Oriente. En esas lenguas indoeuropeas la palabra miedo se construía con un prefijo delante de la palabra libertad. Esto se ha perdido en el castellano en su evolución desde el latín, pero en inglés, por ejemplo, se ha mantenido: “free” es libre y “freedom” significa libertad; pero cuando se pone una “a” delante se construye la palabra “afraid”, es decir, “asustado”, “temeroso” (“to be afraid”: “tener miedo”). El miedo a la muerte está presente, por eso se mira hacia otro lado. Tener miedo a la muerte es tener miedo a la vida. Como si un francotirador te fuera a disparar en cualquier momento, piensas “¿cuándo me va a llegar?”, y te proteges y siempre andas con cuidado. Pero san Juan de la Cruz, desde su plenitud, dice “… dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”. La gente se cuida mucho, se asegura, quiere controlar la vida, esto es un absurdo porque sabemos que la vida fluye. No puedes tener plenitud con miedo porque no hay libertad. Y al no haber libertad, no puede haber plenitud.

 

-Señalas que en la raíz del miedo hay “algo” llamado ego.

-Sigamos con el símil del coche y el Conductor. Cuando eres consciente de la divinidad, infinitud y eternidad de lo que eres, tomas el mando del coche. Pero lo que le sucede a muchos es que el Conductor está dormido, olvidado. El coche tiene un sistema operativo, la mente. Y ante la ausencia del Conductor consciente, la mente enciende un piloto automático, como pasa en los aviones. Así se sustituye el mando consciente del conductor por ese piloto automático que es creación de la mente, el ego. El ego es una creación que pertenece al mundo del coche. Y como todo lo que es el coche, morirá con total seguridad, tiene fecha de caducidad, y es lógico que tenga miedo a ese momento.

 

-En una ECM descubres que no hay errores en la vida terrenal, según tu experiencia. Si aceptamos esto, muchos sentimientos de culpa desaparecerían.

 

-Cuando yo salí aquel día de mi cuerpo visualicé todo lo que había sido mi vida. Comprendí con absoluta claridad que en ningún momento me había equivocado en nada, no había cometido error alguno del que arrepentirme o querer eliminar por un sentimiento de culpa, carga o lastre. Cada persona actúa en correspondencia con el estado de conciencia que tiene en cada instante. Además, te das cuenta de que no se trata de un tema de jerarquías, si se es más listo o más tonto, malo o bueno. No, allí rigen el amor y el respeto al libre albedrío. En mi caso, comprobé que aquellas cosas que había entendido como errores abrieron puertas a nuevas vivencias, a nuevas experiencias. Si alguien dice “yo creo que me equivoqué aquí y aquí, y me arrepiento y ojalá pudiera quitarlo de vida”, le comento que si realmente lo borrara de su vida, la perspectiva que tiene ahora la perdería, su estado de consciencia pasaría a ser otro. Por eso hay que respirar y vivir muy tranquilos.

 

-Te refieres a estados de conciencia y no de niveles. ¿No son lo mismo, confundimos los términos?

-Contemplemos la naturaleza. En la ella, según el dicho andaluz, “ca uno es ca uno”. A pesar de la mente, no hacemos niveles. Paseas por el campo, donde hay de todo, animales chicos y grandes, plantas muy pequeñitas y grandes árboles, el cielo y la montaña, el arroyo y el gran río… Cuando andas por allí no vas diciendo “fíjate, esto es mejor que esto” o “aquello es peor”. Entiendes que todo forma parte de un conjunto y cada cosa tiene su sitio. También en el cosmos y lo que nos rodea. Sin embargo, con qué facilidad en el ámbito humano nos pasamos la vida haciendo juicios, de nosotros mismos y de los demás. Al dejar de lado la mente, las jerarquías y los niveles desaparecen. Cada uno está en su estado de conciencia y proceso evolutivo y no hay más historias.

 

-Una buena pregunta que planteas es por qué no vivimos todo de un tirón, evitando las sucesivas encarnaciones.

 

-Hay una razón espiritual profunda. Esa ruptura entre las encarnaciones acelera el proceso consciencial. En el plano de luz tienes una percepción, una perspectiva amplia de las cosas, ahí se ofrece una ventaja que no posee una encarnación única, que es evaluar tus experiencias y decidir cuáles quieres vivir y volver a encarnar y comenzar un nueva vida en consonancia con ello.

 

-Comparto contigo la afirmación de que nadie viene a esta vida a sufrir.

 

-Y añadiría otra: sufre quien quiere. El sufrimiento es una elección y forma parte del proceso consciencial. Místicos como san Juan de la Cruz lo han llamado “la noche oscura”. El sufrimiento, la tristeza, la soledad, tienen su papel, pero ¡cuidado!: tú eres libre de decir “vale, el sufrimiento es una vía de evolución consciencial, pero yo voy a evolucionar desde el gozo, el placer de la vida misma”. La mente, además de ver todo torcido, funciona en el contraste, en los opuestos, y siempre tiende a ir hacia el lado negativo. En la cuestión de salud y enfermedad, las personas sanas no valoran la salud que tienen, los días pasan sin que haya un agradecimiento a ellas mismas y a la vida por poder disfrutarlos con fortaleza y energía. Pero llega una simple gripe y ya estás pensando en lo importante que es la salud; y cuando la recuperas, te olvidas de nuevo.

 

-Enfermamos por la mente…

 

-Sí, cuando te empeñas en vivir a través de la mente. El estado de conciencia evoluciona por las experiencias del día a día, no por los libros que leas o los vídeos que veas, que sólo sirven si hay interiorización propia y puesta en práctica. La mente no computa las experiencias de gozo, como la salud, pero sí las experiencias del sufrimiento, como la enfermedad. Es como si hubiera dos zumos: uno de naranja, dulce; y otro de limón, ácido. La mente no ve el de naranja, así la gente para evolucionar toma mucho zumo de limón. ¡Oye, déjalo, de lo contrario no te quejes! Valora la salud y evoluciona desde el gozo. Desde hace mucho tiempo evoluciono desde el gozo, de mi vida ha desparecido radicalmente el sufrimiento, se acabó. No me inquieto por nada.

 

-Por eso afirmas que la iluminación es vivir sin quejas. ¿No hay que ir a un Shangri-La? Es mucho más económico y simple el trámite.

 

-La iluminación consiste en darte cuenta de lo innecesario de la iluminación, porque ya lo estás. Estamos iluminados, es lo que somos; cosa distinta es que te aferres al coche, te olvides de lo que eres y te lances buscando la iluminación no sabemos dónde. Como ha dicho Krishnamurti, sé una luz para ti mismo. La iluminación es ser normal. Cuando una persona se quiere revestir de “circunstancias especiales”, esa persona no está iluminada. La iluminación no consiste en levitar, hacer milagros o cosas raras de telepatía, adivinación, recibir mensajes de vayas saber dónde. Eso no tiene nada que ver con la iluminación. La persona iluminada es normal, entendiendo como tal a quien lleva una vida sencilla, con una práctica cotidiana basada en esa simpleza, con mucha paz, en el aquí y ahora, compartiendo con los demás. Es verdad que en el lenguaje coloquial hemos terminado confundiendo lo que es frecuente con lo que es normal. Muchas cosas frecuentes no son normales sino profundamente anormales; y cosas normales son muy poco frecuentes.

La mayor plasmación práctica en la vida diaria de la iluminación es vivir sin quejas. Una persona iluminada ha comprendido que lo que ocurre en su vida y en la de los demás, en la Tierra, en el cosmos, todo tiene su sentido profundo. No existen las casualidades, todo está lleno de sincronías, en una permanente relación causa-efecto, y todo tiene su sitio. A partir de esa comprensión real que no da la mente, sino el corazón, que no es un acto de fe, desaparece la queja. Te enamoras de la vida, vives la vida como lo que es en su totalidad, no la divides en partes, no caes en la estupidez del ego de que “esto me gusta y aquello no”. ¿Tú quién eres para juzgar la vida? Intenta adquirir una perspectiva más amplia, comprueba que la vida entera es un milagro, en ella todo lo que acontece tiene ese porqué y para qué, un sentido profundo. Se confía en la vida, la confianza genera aceptación que no es resignación o impotencia, la aceptación que deriva de que tú confías en la vida. Esa confianza genera aceptación, ya no hay quejas.

 

-También recuerdas que el núcleo duro de la espiritualidad se resume en aquella frase de “conócete a ti mismo”. Para qué buscar más…

 

-Entre otros sitios, la frase estaba colocada en el pronaos del Templo de Apolo en Delfos, en la Grecia antigua, hace dos mil quinientos años. Allí la gente se conectaba con lo divino, el oráculo de los dioses. Y los sabios la pusieron para que la gente se enterara desde el principio: “Oye, conócete a ti mismo porque eso es la espiritualidad”. Expresado también a modo de símil, ¿sabes que pondrían hoy esos sabios?... “Recuerda que eres Conductor y coche, eso es conocerse a sí mismo”. Tienes un yo físico, mental y emocional y eres divino, infinito y eterno: un ser que procede de donde no hay tiempo y espacio, pero estás aquí viviendo una experiencia donde hay tiempo y espacio; y necesitas un vehículo, el cuerpo, la mente… Sin embargo, eres mucho más que eso.

 

-¿Quién decide la hora de hacer el tránsito?

 

-El coche no se estropea por casualidad, cuando llega al fin de sus días es porque lo decide el Conductor. Ha llegado el momento de transitar y a partir de ahí genera un accidente o una enfermedad para desencarnar. El Conductor lo decide cuando aquellas experiencias para las que había encarnado, las ha vivido. O también cuando viniste a vivir unas experiencias, pero por libre albedrío no las llevas a cabo y llega un momento en el que comprendes que ya no las vivirás, y entonces desencarnas.

 

-¿Y siempre aparecen señales que avisan?

 

-Podemos percibir la llegada de ese momento porque se dan mensajes. Yo lo viví en agosto de 2010, cuando tuve la claridad absoluta, al hacer meditación, de que en mi vida iba a ver un vuelco, ocurriría algo que yo asociaba con el fenómeno de la mal llamada muerte. Igualmente, he hablado de ello con personas que han vivido ECM´s. Y en muchos libros que recopilan estas experiencias se menciona. Por eso lo afirmo rotundamente: siempre, siempre, hay señales que te dicen que ha llegado el momento, que el desencarnar, el tránsito, está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, vamos en el coche tan apegado a él, con tanta velocidad, viviendo en una sociedad que rinde culto a la velocidad, que esas señales las tenemos delante y no las vemos.

 

-Nos queda hablar de los enfermos terminales, la esquizofrenia, el alzhéimer, la bipolaridad, el karma… ¡del Gran Olvido! (risas).

 

-Sí que quedan cosas fuera, pero para ello está el libro.

 

-Lo más curioso es que esto se publica en un mes, diciembre, cuando termina el año. Alguien pensará “qué manera de terminarlo hablando de estas cosas”.

 

-Es que esa observación procede del miedo, pero estamos diciendo que la muerte no existe. ¡Qué mejor noticia para la humanidad en el arranque de 2016!

 

La muerte no existe: morirse a gusto

 


La muerte no existe: morirse a gusto

 

La muerte es un imposible

 

La muerte es un imposible, una fantasma -solo eso- de la imaginación humana. La Creación y el Cosmos son una colosal manifestación de Vida y Consciencia. También el ser humano, por lo que lo que auténticamente somos (vida) y sentimos que somos (consciencia, estado consciencial) trasciende rotunda e infinitamente lo que una vida física y la existencia durante unos pocos años, significan.

 

En este marco, lo que la Humanidad denomina muerte no es tal, sino el punto evolutivo y la fase de transición entre el fin de un ciclo vital (la vida física y la encarnación material que termina) y el inicio de otro ciclo vital (una nueva reencarnación en una nueva vida física). La evolución y los ciclos son consustanciales a la Creación. Nuestros ancestros se percataron de esto y lo condensaron en lo que “El Kybalion” denomina Principio de Ritmo. Y el Cosmos y la Naturaleza se renuevan y regeneran, fluyen y refluyen, mediante los cambios de ciclo.

 

De este modo, tener miedo a la muerte es tenerlo a la vida, pues no hay vida sin muerte, ni muerte sin vida. Y comprender la muerte es entender la vida. La muerte corporal es un apagado; y el nacimiento físico, un encendido. Por cada apagado hay un encendido y, así, se recrea y expande nuestra existencia en el plano humano a través de una prolongada cadena de vidas o reencarnaciones.

 

La mayoría de las tradiciones y corrientes espirituales de la Humanidad, nos enseñan que nuestra encarnación en este plano material no se plasma en una única vida física, sino en una cadena de vidas a través de múltiples  reencarnaciones. De hecho, la reencarnación es el sostén de la experiencia humana, que ni empieza ni concluye con la vida física actual.

 

Tomar consciencia de esto alivia el estrés -por llamarlo de algún modo- con el que algunas personas viven su espiritualidad, máxime cuando va unido a las nociones de culpa y pecado: lo que transforma la espiritualidad en una trampa mortal que nos impide vivir y disfrutar de la Creación y de nuestro auténtico ser, haciéndonos “manipulables” y “religioso-dependientes”.

 

Además, antes de cada reencarnación, es cada uno -nosotros mismos y sólo nosotros- quien elige “el yo y las circunstancias” que desea vivenciar y las experiencias que quiere desplegar en la nueva vida.

 

Conviene repetirlo: tener miedo a la muerte es tener miedo a la vida. Y para conocernos a nosotros mismos y vivir la vida hay que comprender y asumir la muerte. Por lo que discernir acerca de ésta y otear lo que representa, no es un juego mental, ni otra de nuestras muchas obsesiones intelectuales relacionadas con el futuro. Al contrario: resulta imprescindible para vivir el Aquí y Ahora, que es la vida misma; y para perderle el miedo, que es el medio para saborear el Aquí y Ahora como se merece y sacarle  a la vida todo su jugo.

 

No esconder la muerte

 

La sociedad occidental contemporánea contempla la muerte de forma muy distinta a la que se acaba de exponer. Es más, entre sus numerosas neurosis, destaca una francamente curiosa: el empeño en negar emocionalmente la muerte y procurar mantenerla oculta.

 

Cada vez más, se tiende a esconder la muerte. Parece como si fallecer fuera un desliz extemporáneo, una falta de educación o hasta una perversidad, algo que hay ocultar, sobre todo, a los niños, en lugar de acostumbrarlos a experienciar lo que el tránsito significa como primer paso para que no vivan con miedo a la muerte.

 

Pocas personas fallecen ya en su casa y casi no hay velatorios en el hogar. Inmediatamente producido el óbito, el cuerpo se envía desde hospital al tanatorio, para proceder, con la mayor rapidez posible, al enterramiento o a la incineración. Todo muy eficaz, pulcro, atildado y profiláctico, con protocolos     –incluidos los famosos “pésames”- tan impersonales como perfectamente pre-establecidos, tan automatizados como carentes de sentimientos. Si es preciso y para hacerle “un favor” a la familia, hasta se certifica médicamente una hora distinta a la que realmente ha acontecido el fallecimiento, al objeto de acelerar los trámites y recortar los tiempos de espera y el duelo.

 

El siguiente texto, Morirse a gusto, de Alejandro Rocamora -psiquiatra y miembro fundador del Teléfono de la Esperanza- es muy aclaratorio al respecto y, entre otras cosas, cita un libro muy aconsejable para quien quiera reflexionar sobre lo que se viene exponiendo: “Morir en la Ternura” (Ediciones San Pablo), de Cristiane Jomain.

 

Morirse a gusto

 

El hombre actual contempla la muerte como el fracaso de su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza. El “hombre tecnificado” puede controlar y manipular casi todo, pero se encuentra indefenso ante el hecho innegable de la muerte. Así, la muerte y el morir no tienen cabida en las sociedades industrializadas, no afectan a los sistemas productivos. La muerte, la agonía y la senectud son consideradas como representación de la impotencia de la moderna tecnología biomédica.

 

Y esto es así porque una sociedad centrada en “valores” como el consumo, la producción y la eficacia, necesariamente debe repudiar todo lo que no sea: acción, rendimiento y vitalidad. La muerte, el hecho de morir, implica destrucción y negación de todos esos valores actuales y por esto, la muerte hoy, es un “anti-valor”.

 

Hasta mediados del siglo XX, el gran tabú del ser humano era el sexo; después fue la muerte, y actualmente nos atreveríamos a decir que es la situación posterior a la muerte en los supervivientes: el duelo.

 

En el mismo lenguaje reflejamos nuestro miedo a la muerte al utilizar sinónimos o equivalentes de la angustiosa realidad que supone el morir: “Ha fallecido”, “Ha pasado a mejor vida”, “Descanse en paz”, etc., son algunas de las frases que utilizamos en esos momentos. Incluso el duelo y la aflicción por la muerte de un familiar ya no son tan aceptados como en otras épocas.

 

Se ha cambiado la forma ideal de morir: antes se deseaba una forma consciente, lúcida y con un apoyo espiritual y sacramental; hoy se desea una muerte rápida y sin sufrimiento (¿Sufrió mucho?, ¿Se enteró?, son las preguntas más frecuentes en estas circunstancias).

 

Con frecuencia, cuando un enfermo terminal afirma: “Me voy a morir”, los familiares suelen contestar: “Todos tenemos que morir; nosotros también nos vamos a morir”. Pero esta respuesta no es sincera: pues el enfermo habla de “morirse” (se está muriendo) y el familiar se refiere a un proceso que dura toda la vida.

 

Freud (1915), en Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte, señala que “La única manera de hablar de la muerte es negándola”, aunque al final de ese mismo trabajo concluye: “Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”. Desde que el hombre existe, se ha observado una actitud de ambivalencia, de deseo y de rechazo, de amor y de odio, hacia la muerte; no obstante, mientras el hombre primitivo encontró una salida en su animismo, al hombre actual, esa ambivalencia le lleva a la culpa y, consiguientemente, a la neurosis.

 

La negación emocional de la muerte puede tener diversos ropajes: desde la preocupación, la ansiedad y el temor -que son las más comunes-, hasta una hiperactividad (culto al trabajo), el narcisismo (culto a sí mismo) o la confianza ciega en la ciencia para evitar la muerte (culto a la técnica médica).

 

Es cierto que la muerte nos hace a todos iguales: tanto el Rey como el vagabundo deben enfrentarse a este hecho de vida en soledad. La muerte es la única vivencia que no podemos compartir. Pero también es cierto que este momento importante de la vida depende fundamentalmente de dos situaciones: ¿cómo se ha vivido?; y ¿cómo se siente ante el entorno? Es decir: morir en paz no se improvisa, sino que estará en función de cómo se ha desarrollado la vida: intereses, valores y sentimientos estarán ayudando o entorpeciendo el ‘bien morir’. Pero también de cómo se realice el momento de morirse (en casa, en el hospital, con sufrimiento, lúcido, etc.) favorecerá o entorpecerá una “muerte digna”.

 

Morirse a disgusto, según la autora de “Morir en la ternura”, Cristiane Jomain, se desarrollaría entre dos polos: la desgracia de morir en soledad y la desgracia de no tener un espacio de soledad necesario para vivir. El primer supuesto está amenazado en nuestra cultura, pues tendemos a negar la muerte de nuestro familiar en la falsa creencia de que no se dará cuenta; pero igual se siente solo al no poder compartir su miedo ante la muerte próxima. La segunda necesidad del moribundo es la de tener un espacio psicológico para poder elaborar la eminente pérdida de la vida y poder despedirse, sin trauma y también sin agobio. En este sentido, una excesiva presencia de los familiares y de los cuidadores dificultaría el proceso de “morirse a gusto”. Habría que añadir una tercera necesidad del moribundo: la ausencia de sufrimiento inútil, que lo único que consigue es prolongar una vida vegetal. Si se dan estas tres condiciones, entonces sí que podríamos decir que se produce una “muerte a gusto”.

 

 

 

🌟Emilio Carrillo | COMPILADO 🌟 Prácticas de Vida Consciente (2)






domingo, 20 de junio de 2021

ENCUENTRO CON EMILIO CARRILLO: SEPTIEMBRE “La práctica de la auténtica MEDITACIÓN SEGUNDA PARTE

“La práctica de la auténtica Meditación: Hábitos de vida, Aquí-ahora, Silencio, Atención, Concentración, Contemplación y Éxtasis o Samadhi y Auto-transformación” SEPTIEMBRE 2020. PARTE 2 Dossier: https://drive.google.com/file/d/1RCCp... PARTE 1 https://www.youtube.com/watch?v=KvtRj... Dossier: https://drive.google.com/file/d/1RCCp... RESUMEN DE CONTENIDOS: La meditación se ha convertido casi en una moda. Sin embargo, persiste un enorme desconocimiento sobre lo que significa y cómo llevarla a cabo. Esto explica que muchos limiten su práctica a un mero y superficial “sentirse bien”; o que, pasado un tiempo, abandonen su ejercicio con frustración e interpretando su incapacidad en clave de “yo no sirvo para esto”. Lo cierto es que la meditación es un proceso que arranca con el cambio de simples hábitos en nuestra vida diaria y puede culminar, tras el avance sucesivo por distintas etapas, en la experiencia de Éxtasis o Samadhi que provoca nuestra íntima auto-trasformación. En este Encuentro Mensual nos detendremos en los contenidos del referido proceso, facilitando que la verdadera meditación se plasme en nuestras vidas gracias a la comprensión e integración de sus diferentes etapas: 1º. Prácticas básicas preparatorias. 2º. Aquí-ahora. 3º. Silencio. 4º. Atención: básica y plena. 5º. Concentración (Dharana). 6º. Contemplación (Dhyana). 7º. Fusión con la realidad (Samadhi o Éxtasis). 8º. Auto-transformación y nueva practica de vida. Nuestra web: https://www.elrincondekiko.com/ Suscríbete: https://elrincondekiko.us12.list-mana... Síguenos: https://www.facebook.com/elrincondeki... https://www.instagram.com/el_rincon_d... Librería Online: https://www.elrincondekiko.com/bookshop