domingo, 27 de diciembre de 2020

La simbología profunda de la "Diosa Iustitia" y la "Estatua de la Libertad" (Enseñanzas Teosóficas: 202)

 17/12/20

La Justicia suele ser dibujada como una mujer con tres signos distintivos fundamentales: tiene los ojos vendados; sostiene elevada una balanza con la mano izquierda; y con la derecha, mantiene una espada hacia abajo.

         Esta estampa metafórica se retrotrae a la diosa latina Iustitia, aunque las primeras monedas romanas la ilustraron con los ojos descubiertos. Sus raíces mitológicas se remontan a Maat en el antiguo Egipto. Y en la Grecia clásica fue la diosa Dice (Dicea o Dike), hija de Zeus y Temis y madre de Hesiquia, que personaliza la quietud y la tranquilidad de espíritu.

La diosa romana “Iustitia”, “Dice” en la mitología griega y “Maat” en la egipcia

          Sin embargo, esta figura es una alegoría; y representa algo muy diferente tanto de lo que a simple vista parece como del significado que comúnmente se le asigna. Su interpretación profunda está repleta de connotaciones trascendentes y se hunde en las raíces de la historia de la Humanidad.

         Lo primero que llama la atención es la balanza, a la que se acostumbra otorgar un protagonismo central en la reproducción artística de la Justicia. Pero con ella y los dos platillos que la conforman se simboliza realmente la “experiencia dual” y la polarización de las dicotomías.

         La “experiencia dual” se debe a que el ego clasifica todas las experiencias de la vida cotidiana en una de estas dos grandes tipologías: las que le gustan y satisfacen y las que no. Acudiendo a la imagen de la Iustitia, el ego coloca automáticamente cada experiencia vivida bien en un platillo (bienestar) o en el otro (malestar) de la balanza.

         A partir de ahí, el objetivo del ego es simple: vivir la mayor cantidad posible de experiencias que puedan ser puestas en el platillo del bienestar y el menor número de las que deban ser situadas en el platillo del malestar. Así de elemental es la comprensión de la vida para el ego. Y así de falso, pues lo cierto es que las experiencias que se colocan mentalmente en un platillo u otro tienen el mismo origen e idéntico destino.

         El origen es la búsqueda exterior del bienestar desde el aferramiento a una “naturaleza egocéntrica” y ante el olvido de nuestra “naturaleza esencial” y la Felicidad o Bien-Ser, que es nuestro Estado Natural. Cuando se logran vivir experiencias donde se alcanza lo buscado, se siente bienestar; y cuando no se consigue lo pretendido o se viven experiencias de dolor y tristeza, se percibe malestar. Pero el punto de arranque de ambas sensaciones, pareciendo ser tan distintas, es el mismo: la ignorancia de nuestro “verdadero ser”. E idéntico es el destino: el sufrimiento. No en balde, esta separación de nuestra auténtica naturaleza divinal es, inevitablemente, fuente y causa de aflicción y pena.

         En un momento concreto, podemos pensar que no es así, pues lo que estamos experienciando es una vivencia que aporta bienestar. Pero al basarse éste en una búsqueda exterior derivada del olvido de lo que realmente Somos, tal vivencia fomenta y consolida nuestra identificación con la “naturaleza egocéntrica”, lo que indefectiblemente nos aleja de la Felicidad como Estado Natural y nos aboca a vivir experiencias de dolor. Además, por efecto de la polarización de las dicotomías, cualquier interpretación de las vivencias cotidianas en clave dual –ponerlas en un platillo u otro- provoca impactos en los dos bandos dicotómicos –en los dos platillos a la vez: la “partida doble” de la contabilidad-.

         De esta forma, la balanza, con sus dos platillos, plasma la “experiencia dual” que preside y rige la vida humana cuando ésta, en lugar de ser tal, es sólo un sueño que se vive “dormido”, en estado de ensoñación.

         Y la alegoría de la Iustitia interacciona igualmente con la noción y el fundamento de la libertad, que es la carencia de miedos. Y la libertad completa, la total ausencia de miedo. Lo refleja muy bien el idioma inglés, donde el término “libertad”, “freedom”, proviene de una antiquísima raíz indoeuropea que significa "amar". Y la palabra que la misma lengua anglosajona usa para expresar “miedo”, “afraid”, procede de idéntica raíz y se construye como contraposición anteponiendo el prefijo “a”. Por tanto, “afraid” es lo contrario de “freedom”: el miedo quita la libertad y tapona el fluir del Amor que Somos; y la libertad es la ausencia de miedo y permite la expansión del Amor que Somos.

La figura de la Iustitia, cuando se ha desprovisto de la venda en los ojos que le impedía “ver”, vive sin miedos y sin ataduras al sufrimiento; y fluye en el Amor, en “moksha” y en libertad. Llegados a este punto, la balanza -la “experiencia dual” y el sufrimiento a ella asociado- se diluye y se transfigura, pegada al Corazón, en la Sabiduría sobre lo Real, que suele ser simbolizada como un libro.

Y por lo mismo, la espada caída se transforma en Luz. Una Luz que no se mantiene hacia abajo, sino que se eleva bien alto, bien arriba, como si de una gran antorcha se tratara, para iluminar la Vida: la de uno mismo y la de cuantos nos rodean.

Se está describiendo, por tanto, la famosa Estatua de la Libertad: “La Libertad iluminando el mundo” o “Estatua de la Libertad”, situada en el islote de igual nombre al sur de la isla de Manhattan, junto a la desembocadura del río Hudson, el icono más representativo de la ciudad de Nueva York.

Su figura tiene como base y sostén la imagen de la diosa Iustitia y es el resultado de su transfiguración cuando se “ve” la realidad y se vive libre de la “experiencia dual” y la ensoñación, consciente de nuestra “naturaleza esencial” y divinal y desidentificado del ego y la “naturaleza egocéntrica”.

En este estado, el ser humano, emancipado del ego, se desvincula completamente del sufrimiento, comprobando que éste era sólo fruto de la imaginación de aquél.

Y ya no busca el “bien-estar” fuera de sí mismo, sino que disfruta de la Felicidad y el “Bien-Ser” que constituye el Estado Natural de nuestro “verdadero ser”.

La Estatua de la Libertad en la isla neoyorkina del mismo nombre

       Fueron “iluminados” del siglo XIX, que, por cierto, no guardan conexión con los que hoy se autodenominan “Illuminatis”. Su visión del ser humano y del mundo entroncaba con antiguas corrientes espirituales de corte iniciático y hermético; las mismas fuentes de las que bebieron, varias centurias antes, los constructores de las catedrales.

         Estos “iluminados” diseñaron la “Estatua de la Libertad” y supervisaron su instalación en la actual ubicación, que eligieron, como así ha sido, cual futura “puerta del nuevo mundo”.

         El encargo recayó en tres personas ligadas a la francmasonería y el movimiento “librepensador”: el escultor Frédéric Auguste Bartholdi, que dio forma a la talla; el ingeniero Alexandre Gustave Eiffel, quien da nombre a la archiconocida torre de París, que se responsabilizó de la estructura interna de la estatua; y el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, que seleccionó los cobres utilizados para su construcción. Particularmente evidente es el caso del primero, Bartholdi, al que se le encomendó la escultura de la estatua en 1875, inmediatamente después de haber formalizado su adhesión a la logia Alsacia-Lorena del Gran Oriente de Francia.

Práctica de vida

Ante todo lo que acontece en tu vida, en la de los demás y en el mundo, ¿vives sumido en la dinámica de la conformidad / disconformidad?; ¿reaccionas automáticamente, sin darte ni siquiera cuenta, con el acuerdo o el desacuerdo, mental y emocional?; ¿caminas por la vida con la balanza en la mano, poniendo en un platillo aquello con lo que estás conforme y te produce bien-estar y en el otro aquello con lo que estás disconforme y te genera mal-estar? La Consciencia despeja tu visión para que te percates de que actuar así representa una grave anormalidad. Es una división falaz, porque la vida es una; y en su seno y fluir, todo, sin excepción, tiene su sentido profundo. Estás abducido por esa dinámica por tu identificación con el pequeño yo, que tiene una muy limitada capacidad para entender y comprender la vida. Y el aferramiento a él es lo que ha instaurado en ti el hábito de dirigir tus pensamientos, emociones, palabras y acciones a favor de aquello con lo que el pequeño yo está de acuerdo; y en contra de aquello con lo que está en desacuerdo. Pero tú eres mucho más que el pequeño yo. Y, desde ahí, la Vida es una y no puede ser dividida. ¡Tira la balanza! Y saca de tu vida el enorme trabajo y esfuerzo que has asumido inconscientemente de ser magistrado-juez de la vida. El cultivo de la Presencia en cada instante del día de lo que realmente eres en es lo que diluirá de manera natural la idea de estar conforme o disconforme con la vida –personal y social- y sus avatares y circunstancias. Esto precisa mucha atención y mantenernos en el aquí-ahora. Y que la llama de la Compasión vibre con fuerza, para que la observación objetiva, sin dualismos, no te convierta en u ser frío e indolente, absorto en ti mismo e indiferentes al sufrimiento que afecta a los que están a tu alrededor.

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Autor: Emilio Carrillo, de su libro Dios (Editorial Sirio)

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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada domingo, desde el

19 de febrero de 2017

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